Del libro: Dolor y sufrimiento
1.- Aceptar la realidad de la pérdida.
Siempre existe un primer momento en que uno niega la realidad, pero lo importante es no pasar a un engaño total, sino que sentir una pequeña y ligera distorsión. Luego, negar el significado de la pérdida, de esta manera la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente es, practicando olvido selectivo.
Un elemento que lleva a aceptar la realidad de la pérdida es aceptar que la muerte sea irreversible. Aquellos que no aceptan la irreversibilidad de la muerte practicando, ya sea espiritismo u otras técnicas similares, viven falseando una sucesión de hechos reales, lo que en el fondo los hace vivir dentro de una ficción estrechándoles la conciencia e impidiéndoles ver la realidad.
Intentar negar la realidad de la muerte es una tarea que lleva tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación, los que no están presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de muerte súbita, especialmente si los sobrevivientes no ven el cuerpo del fallecido.
2.- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.
Hay personas que evitan sentir y hacen un corto circuito frente a la realidad de la muerte, bloqueando sus sentimientos, ignorando el dolor que está presente. A veces, entorpecen el proceso evitando pensamientos dolorosos, utilizan procedimientos de detención de estos pensamientos para evitar sentir la disforia asociada a la pérdida.
Otros intentan una cura geográfica viajando de un lugar a otro, sintiendo que así el dolor va a pasar.
Bowlby dice “antes o después, aquellos que evitan todo dolor consciente sufren un colapso habitualmente en forma de depresión”. Uno de los propósitos del asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que la persona no arrastre el dolor a lo largo de su vida, es decir, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida es el camino hacia la sanación.
3.- Adaptarse a un medio en que el fallecido está ausente.
Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba.
Este darse cuenta empieza muchas veces alrededor de tres meses después de la pérdida e implica asumir vivir solo, educar a los hijos solo, enfrentarse a una casa vacía, manejar la economía en caso de una viuda.
Muchos sobrevivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaba su pareja.
No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida, la persona busca significado para darle sentido a esta pérdida y para recuperar cierto control.
Detener la tarea tres es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la mayoría no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles a los que no está acostumbrada, desarrolla habilidades que nunca había tenido y sigue adelante con un nuevo sentido del mundo.
4.- Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.
Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia excepto mediante actos psíquicos que hieren nuestra propia identidad.
La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de renunciar al cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja un espacio para los demás.
Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos de no volver a querer nunca más.
El duelo acabaría cuando se han completado las cuatro tareas. Un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la persona es capaz de pensar en el fallecido sin dolor, siempre hay una sensación de tristeza cuando piensan en alguien que ha querido y ha perdido, pero es un tipo de tristeza diferente, no tiene la cualidad de sacudida que tenía previamente. Se puede pensar en el fallecido sin manifestaciones físicas como llanto intenso o sensación de opresión en el pecho. Además, el duelo acaba cuando una persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos.
El duelo se puede acabar, en cierto sentido, cuando la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos horizontes.
Siempre existe un primer momento en que uno niega la realidad, pero lo importante es no pasar a un engaño total, sino que sentir una pequeña y ligera distorsión. Luego, negar el significado de la pérdida, de esta manera la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente es, practicando olvido selectivo.
Un elemento que lleva a aceptar la realidad de la pérdida es aceptar que la muerte sea irreversible. Aquellos que no aceptan la irreversibilidad de la muerte practicando, ya sea espiritismo u otras técnicas similares, viven falseando una sucesión de hechos reales, lo que en el fondo los hace vivir dentro de una ficción estrechándoles la conciencia e impidiéndoles ver la realidad.
Intentar negar la realidad de la muerte es una tarea que lleva tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación, los que no están presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de muerte súbita, especialmente si los sobrevivientes no ven el cuerpo del fallecido.
2.- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.
Hay personas que evitan sentir y hacen un corto circuito frente a la realidad de la muerte, bloqueando sus sentimientos, ignorando el dolor que está presente. A veces, entorpecen el proceso evitando pensamientos dolorosos, utilizan procedimientos de detención de estos pensamientos para evitar sentir la disforia asociada a la pérdida.
Otros intentan una cura geográfica viajando de un lugar a otro, sintiendo que así el dolor va a pasar.
Bowlby dice “antes o después, aquellos que evitan todo dolor consciente sufren un colapso habitualmente en forma de depresión”. Uno de los propósitos del asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que la persona no arrastre el dolor a lo largo de su vida, es decir, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida es el camino hacia la sanación.
3.- Adaptarse a un medio en que el fallecido está ausente.
Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba.
Este darse cuenta empieza muchas veces alrededor de tres meses después de la pérdida e implica asumir vivir solo, educar a los hijos solo, enfrentarse a una casa vacía, manejar la economía en caso de una viuda.
Muchos sobrevivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaba su pareja.
No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida, la persona busca significado para darle sentido a esta pérdida y para recuperar cierto control.
Detener la tarea tres es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la mayoría no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles a los que no está acostumbrada, desarrolla habilidades que nunca había tenido y sigue adelante con un nuevo sentido del mundo.
4.- Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.
Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia excepto mediante actos psíquicos que hieren nuestra propia identidad.
La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de renunciar al cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja un espacio para los demás.
Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos de no volver a querer nunca más.
El duelo acabaría cuando se han completado las cuatro tareas. Un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la persona es capaz de pensar en el fallecido sin dolor, siempre hay una sensación de tristeza cuando piensan en alguien que ha querido y ha perdido, pero es un tipo de tristeza diferente, no tiene la cualidad de sacudida que tenía previamente. Se puede pensar en el fallecido sin manifestaciones físicas como llanto intenso o sensación de opresión en el pecho. Además, el duelo acaba cuando una persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos.
El duelo se puede acabar, en cierto sentido, cuando la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos horizontes.
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