martes, noviembre 02, 2010

Capítulo 4 - Cómo acompañar en el duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis


Una de las formas habituales que tenemos de actuar cuando deseamos acompañar a una persona que está en duelo, es pedirle que salga rápidamente del estado de pena o rabia en que se encuentra.
El resultado de esta conducta es negativo y pone a la persona inmediatamente a la defensiva y deja de prestar atención a lo que escucha. De ahí que haya personas que no son la compañía más adecuada para alguien que está en duelo. En general, se reconocen porque dicen frases o expresan sentimientos que provocan dolor o confusión en el otro.

Cada vez que le pedimos a una persona que sea diferente a como es o que sienta distinto a como está sintiendo, ponemos al otro en una actitud de negar su realidad, produciéndole confusión y angustia.
Otra manera no adecuada de acompañar al deudo es minimizar la pérdida, diciendo frases tan lamentables como: “Menos mal que tuvo una larga vida” o “hay muchas personas que mueren más jóvenes que él”. Este tipo de frases denota poca sintonía y empatía con aquel al que estamos acompañando en su duelo. Muchas veces estas palabras se explican porque surgen de la angustia o nerviosismo personal del acompañante que lo inhabilita para decir frases con mayor sentido o sensibilidad.

Ejemplo de lo anterior es el comportamiento generalizado entre aquellos que acompañan a alguien que está en duelo: tratar de alegrarlos contándoles hechos graciosos. Esto expresa la intranquilidad del acompañante para tolerar la tristeza o el dolor por un período prolongado de tiempo.

A aquel que está sufriendo debe permitírsele experimentar su pena en su total dimensión. Él o ella estará realmente agradecido(a) de aquellos que pueden sentarse a su lado sin decirles lo que tienen que hacer ni pedirles que no estén tristes.

El consejo que uno podría darle a una persona en duelo es que no permita que nadie le desvalorice la importancia de sus sentimientos de rabia o depresión tratando de cambiárselos. Cualquier sentimiento debe ser aceptado, ya que son formas de defensa de la integridad del yo del sufriente. Muchas veces, las personas que están sufriendo se ponen irritables, desean permanecer en cama, no moverse, expresan todo en forma tensa, no pueden concentrarse y se sienten incapaces para iniciar cualquier actividad. Estas conductas no deben ser criticadas, sino por el contrario respetadas y entendidas.

Tener un acercamiento crítico en esos momentos es como prender un botón de alarma, que puede llevar a la persona a profundizar sus sentimientos de dolor y de rabia, dirigiéndolos contra aquel que no es capaz de comprender o compartir los sentimientos reales que la embargan.

Son frases desafortunadas, que más molestan que consuelan, como por ejemplo: “Está en un mejor lugar”, “todo tiene alguna explicación…”. A quien ha perdido un hijo: “Ahora pueden tener otro hijo” o “ella o él fueron tan buenas personas que Dios quiso tenerlos consigo” o “no era para este mundo”. No hay ninguna pérdida que pueda ser comparada con otra. Pedirle a una persona que está sufriendo que sea fuerte es una de las peores formas de acompañar el dolor. Existen maneras de expresar empatía con el dolor del otro que son más adecuadas en estas circunstancias, por ejemplo: “Lo siento tanto que no tengo palabras adecuadas para expresarlo”, “imagino cómo te sientes y estoy aquí para ayudarte en cualquier circunstancia” o “yo te voy a tener en mis pensamientos y plegarias”.

Una forma adecuada de acompañar a los deudos es haciendo recuerdos o contando alguna anécdota de la persona fallecida que lo describa en su mejor aspecto y señalar que este es el recuerdo favorito que se conserva de él o ella.

Las personas más indicadas para acompañar en el duelo son aquellas que evitan: controlar el dolor del otro, dirigir todo aquello que los rodea, racionalizar o tratar de explicar totalmente los hechos, actuar en forma enjuiciadora ante los problemas; no son indicados aquellos que minimizan las pérdidas y tratan de ponerle límite a la situación, sino quienes son capaces de aceptar los múltiples cambios de estado de ánimo que afectan a quienes están de duelo.

Apoyar en el duelo a los deudos implica no tratar de dirigir sus emociones o sentimientos, no introducir críticas ni pedir cambios de estado de ánimo a quien está sufriendo, no querer imponerles lo que tienen que hacer o sentir sino aceptar los sentimientos que afloran. Admitir que no pueden hacerlo mejor, es más adecuado que estar pidiendo al otro que cambie sus sentimientos.

Cómo se puede compartir
“El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo a cenizas” (Shakespeare).
En la sociedad actual difícilmente se le autoriza a los dolientes a expresar su pena en forma natural. Amigos y conocidos, al principio, pueden escuchar atentos e intentar consolar a la persona que está en duelo, pero poco a poco van volviendo a la rutina diaria y probablemente van modificando su actitud, exigiendo al doliente un cambio en su comportamiento y transmitiéndole mensajes como “la vida sigue”, “no te atormentes más” o “tienes que intentar olvidar”, “hay que salir y distraerse”. Se tiende a pensar que la pérdida hay que superarla rápidamente y sin ningún tipo de ayuda, aunque realmente no es así, el peso del dolor resulta más soportable mientras más espaldas carguen con él.

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