sábado, noviembre 06, 2010

Capítulo 6 - El duelo de los niños



Del Libro: Dolor y Sufrimiento

La forma de abordar y comprender el duelo depende de aspectos tales como la edad de las personas, el nivel de desarrollo que estas alcancen, la educación cursada, la religión que profesen o no, etc.
A continuación quiero presentar algunas características particulares de los miembros de una familia que pueden ser más vulnerables a la pérdida de un ser querido.

Los Niños

En los niños, las manifestaciones de duelo normales pueden presentarse inmediatamente después de la pérdida o pasado un tiempo de la misma; las más frecuentes son las siguientes:
  • Conmoción y confusión ante la pérdida de un ser querido.
  • Ira manifestada en juegos violentos, pesadillas e irritabilidad.
  • Enojo hacia los demás miembros de la familia.
  • Temor o miedo a perder al padre o a la madre que aún sigue vivo.
  • Vuelta a etapas anteriores del desarrollo, lo que implique que actúe de manera más infantil y exija más comida, más atención, más cariño, e incluso llegue a hablar como un bebé.
  • Tristeza que puede manifestarse en insomnio, pérdida de apetito, miedo prolongado a estar solo, falta de interés por las cosas que antes le motivaban, disminución acentuada en el rendimiento escolar y el deseo de irse con la persona fallecida.


En algunas ocasiones, los niños que enfrentan un duelo pueden creer que son los culpables de la muerte de su familiar por cosas que han dicho, hecho o deseado, por ejemplo, haber manifestado expresiones como: “no quiero volver a verte”, “ándate” o “te odio”.

Antes de los tres años, los niños no son capaces de comprender el concepto del duelo y tratan de entenderlo a través de juegos.

Desde los tres hasta los cinco años, los niños niegan la muerte como un hecho formal y la perciben como reversible. La muerte es estar menos vivo y puede ser vista como una pérdida o separación. También la pueden concebir como algo provisional: creen que la persona que ha fallecido puede volver en cualquier momento; o pueden considerar que la persona muerta sigue comiendo, respirando, existiendo y que algún día se despertará.


Desde los cuatro hasta los seis años malinterpretan hechos superficiales relacionados con la muerte como temibles. Visitar hospitales puede ser angustioso para ellos, por lo que evitan ir a esos lugares, ya que de ese modo se alejan de la muerte. Desde los cinco hasta los nueve años comienzan a comprender lo definitivo de la muerte: se muere debido a si se dan ciertas circunstancias para ello (como enfermarse, sufrir un accidente automovilístico, etc.); sin que se den esas circunstancias no hay muerte. Ven la muerte como algo que le sucede a otros y no a ellos. La muerte es algo personal y atemoriza.

Desde los diez hasta los doce se produce la comprensión como un hecho real y con carga emocional, como el acontecimiento final e inevitable que surge de la cesación del funcionamiento del cuerpo.

Algunas sugerencias para ayudar al niño en el duelo

Ser completamente honesto: acompañar a un niño en duelo significa ante todo no apartarle de la realidad que está viviendo. Los niños son sensibles a la reacción de los adultos; se dan cuenta de que algo pasa y eso les afecta.

Cuándo y cómo dar la noticia: aunque resulte muy doloroso y difícil es mejor informarles de lo sucedido lo antes posible, buscar un momento y un lugar adecuado, explicarles lo ocurrido con palabras sencillas y sinceras.

Explicar cómo ocurrió la muerte: procurar hacerlo con pocas palabras. Qué podemos decirles si nos preguntan ¿por qué? Es bueno que sepan que todos los seres tienen que morir algún día y que a todo el mundo le ocurre.

Para que el niño entienda qué es la muerte, puede ser útil hacer referencia a los muchos momentos de la vida cotidiana donde la muerte está presente, como por ejemplo: lo que sucede con los animales y las plantas.

Permitir que el niño participe en los ritos funerarios. Es importante darle la oportunidad al menor de asistir y participar, si así lo desea, en el velorio, el funeral, el entierro. Tomar parte en estos actos puede ayudarle a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor el proceso de duelo. Es aconsejable explicarle con antelación qué verá, qué escuchará y el por qué de estos ritos.

Permitirle ver el cadáver si quiere. Realizar esta experiencia siempre acompañado de un familiar o persona cercana. Muchos niños tienen ideas falsas respecto del cuerpo. De ahí que es fundamental insistir en que la muerte no es una especie de sueño y que el cuerpo no volverá ya a despertarse.

Antes de que vea el cadáver, explíquele dónde estará el cuerpo del difunto y qué aspecto tendrá. Lo ideal sería tener un momento de tranquilidad e intimidad con él. De no querer el niño ver a la persona fallecida ni tampoco participar en el acto fúnebre, no lo obligue ni haga que se sienta culpable por no haber participado.

Animarlo a expresar lo que siente. Los niños viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada. Si la familia acepta estos sentimientos, él los expresará más fácilmente y le ayudará a vivir de manera adecuada la separación. Frases como “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente” no son recomendables, porque a veces pueden cortar la libre expresión de las emociones y por tanto el desahogo.

En los niños la expresión del sufrimiento por la pérdida no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como los adultos, sino que es más frecuente apreciar cambios en el carácter, cambios en el humor, disminución del rendimiento escolar, alteraciones de la alimentación y del sueño.

Mantenerse física y emocionalmente cerca del niño. Permitirle estar cerca, sentarse a su lado, sostenerlo en brazos, escucharlo, llorar con él, abrazarlo e incluso dejarlo dormir cerca, aunque es mejor que no sea en la misma cama.

Buscar momentos para estar separados. Dejarlo solo en su habitación y permitirle salir a jugar con un amigo.

Es bueno decirle que aunque estamos muy tristes por lo ocurrido, vamos a seguir ocupándonos de él lo mejor posible.

Lo que más ayuda a los niños frente a las pérdidas es recuperar el ritmo cotidiano de sus actividades: retomar las clases (no es buen momento para cambiarlo de colegio), frecuentar a sus amigos y a personas queridas, realizar juegos familiares, etc. En este sentido es bueno garantizarle el máximo de estabilidad posible. Y asegurarle que el cariño por la persona fallecida nunca se extinguirá y que nunca la olvidarán.

Estar atento a la aparición de un signo de alerta como:

  • Exceso de llanto durante períodos prolongados.
  • Rabietas frecuentes y prologadas.
  • Apatía e insensibilidad.
  • Un período prolongado en que el niño pierde interés por los amigos y actividades que solían gustarle.
  • Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
  • Miedo a quedarse solo.
  • Comportamiento infantil durante un tiempo prolongado, por ejemplo: orinarse, hablar como bebé, pedir comida a menudo.
  • Frecuentes dolores de cabeza o incluso acompañados de otras dolencias físicas.
  • Imitación excesiva de la persona fallecida y expresiones repetidas de la voluntad de reencontrarse con él.
  • Importantes cambios en el rendimiento escolar y el deseo de no querer ir a la escuela.

La presencia prolongada de uno o varios de estos signos puede indicar la existencia de una depresión o un sentimiento de dolor sin resolver. Pida ayuda a un profesional para que valore la situación, facilite la aceptación de la muerte y asesore a la familia en el proceso de duelo.

Duelo Traumático

Luego de perder a alguien significativo, los niños pueden vivir un duelo más fuerte que el usual, y tener respuestas y síntomas similares a las situaciones postraumáticas. Estas respuestas son más comunes en muertes súbitas o en accidentes sangrientos.
Si bien, no todos los niños tienen reacciones postraumáticas, hay que estar atentos a éstas para no descuidar la presencia de síntomas que interfieran en las actividades diarias, como el estar con los amigos y responder a las tareas escolares.
Los síntomas traumáticos en un niño en duelo pueden abarcar pensamientos súbitos sobre el desaparecido o muerto, padecer pesadillas, no poder dejar de pensar en el hecho traumático e imaginar su sufrimiento, o imaginar que se es la víctima y tratar de revertir el hecho.
Por otro lado, evitan pensar en quien murió, no quieren ver fotografías, no desean ir al cementerio ni aceptan hablar de la persona fallecida.
Asimismo, se manifiesta en el niño un aumento en su actividad, se lo ve movedizo e inquieto todo el tiempo, duerme poco, explota fácilmente con fuerza, experimenta cambios bruscos de ánimo, se pone irritable, agresivo, y suele tener miedo. Se nota un cambio notorio en su estado de ánimo. Si observa alguno de estos síntomas, pida ayuda psicológica o médica.
Otra reacción negativa es que el niño puede idealizar al muerto y lo tome como modelo, incluso puede comportarse como él.
Por su parte, los padres pueden tener dificultades para hablar del muerto ante los niños por sentirlos muy jóvenes para entender este trágico fenómeno o simplemente por querer protegerlos. Se puede crear un tema tabú sobre la muerte, especialmente si sucede a los pocos días de nacer. Pero hay que tener en cuenta que lo que el niño pueda escuchar por fuera de su familia es factible de causarle una conmoción y probablemente se haga la idea de que no es bueno hablar de sentimientos y por tanto los esconda. Esto puede conducir a síntomas bastante molestos y persistentes.
Si el niño no llora o no habla de la persona fallecida con pena, o si juega a morir y a resucitar, no quiere decir que esté viviendo patológicamente el duelo, sino que se trata más bien de querer seguir siendo niño y no estar psíquicamente capacitado para aprender el difícil y misterioso fenómeno de la muerte.

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