viernes, diciembre 23, 2011

sábado, mayo 14, 2011

Querida Clemencia...

Querida Clemencia
Qué buena idea, creo que este blog hay que difundirlo ya que ha muchas personas necesitan de un espacio para obtener apoyo.
Espero que tengas mucho éxito y estoy esperando el libro, ya que el que me regalaste acerca de la felicidad me ha servido muchísimo.
Miles de cariños

Querida Clemencia...

Querida Clemencia:
gracias por compartir este blog tan personal y poder así ayudar a tantas personas que han sufrido pérdida de seres queridos. Que lindo espacio para compartir desde el dolor que sin duda es parte de nuestro caminar.
Un abrazo

Querida Clemencia...

Querida
Clemencia
Muchos días por escribirte alguna palabras, y agradecerte tu confianza por este tema.
1 He perdido familiares muy queridos, por la logias es parte del transcurso de la vida, se nace, se vive y luego nos vamos eso lo sentimos , lo recordamos y lo aceptamos.
Hay un dolor que es muy fuerte y mientra se vive no se repone no lo aceptamos y lo tratamos de recuperar, , que es el dolor cuando una familia se destruye por motivo de distintas índole y se pelea y por lo que se destruye el el vinculo familiar que has formado , un castillo que se derrumbo en un segundo., es un dolor inmenso que se vive DIA a DIA y que ese vinculo queda trizado, consigues acercamientos con mucho esfuerzo pero no son iguales a lo que tu habías formado lo que no se logra en su totalidad, es una pena que se vive todo los días en vivo y no en recuerdo.
Es lo que tu mas o menos conoce y espero que en algo te pueda servir

Con todo cariño

jueves, noviembre 18, 2010

Carta a los padres que han perdido un hijo o hija




Del libro: Dolor y Sufrimiento



La muerte de un hijo es, si no la, una de las experiencias más dolorosas para los padres y marca un antes y un después. Es tan grande el dolor que produce la pérdida de un hijo, que los padres nos sumergimos en un estado de confusión, dolor, rebeldía y de desconexión con el mundo. Es una etapa de gran tristeza, desconsuelo, aturdimiento y angustia.



En ese instante nos sentimos tocados por la muerte en plenitud. Esta nos ha quitado a una persona muy querida, nos ha robado su presencia y compañía, en lugar de habernos llevado a nosotros. Con el pasar de las horas, la realidad se impone y abruma, y uno siente impotencia, deseos de suspender la propia vida y los proyectos personales.


Cada vez que uno escucha acerca de la muerte de un hijo ajeno, nuestro cuerpo reproduce las huellas ocasionadas al momento de haber experimentado nuestra propia pérdida. Se reproducen las palabras, las sensaciones y las claves de lo sentido en aquella funesta ocasión. Uno guarda el recuerdo del momento en forma fotográfica. De igual manera se atesora el contenido de las cartas y palabras de aquellos que estuvieron con uno y que le dieron su apoyo y solidaridad.


Tras la pérdida comenzamos a sentir un dolor que no tiene explicación, el que sin embargo, si se vive plenamente conduce a aceptar la pena, el llanto y la desolación, para finalmente descubrir que esta desgracia es una prueba a la que debemos darle un sentido.


Existe el dolor sin sentido, que nos lleva a dudar de todo y a vivir con desesperanza. El dolor con sentido es un camino para encontrar a Dios en los múltiples gestos, personas y circunstancias que nos acompañan.


Así como olvidamos los éxitos, pero jamás los fracasos, también olvidamos a aquellos con quienes reímos, pero jamás a aquellos con quienes lloramos. Hay que vivir realmente la pena, dejar que la tristeza respire en nosotros, concederse el permiso para estar tristes, llorar y deprimirse. Olvídense de las prohibiciones de llorar, de sentirse débiles y vulnerables, siempre en el duelo hay un tiempo de tristeza que debe ir acompañado de recuerdos y vivencias. En palabras de Proust: “Sólo sanamos de un dolor cuando lo padecemos plenamente”.


Lo que sí está prohibido es avergonzarse de que a uno lo vean triste: vivir la pena es un acto de sanidad espiritual y física. Negar esa pena es ir en búsqueda de la enfermedad física y espiritual.


No contengamos las lágrimas. Siempre a nuestro lado estará el Señor para secarlas y nos acompañará en nuestras noches de insomnio. En ese tiempo de pena, en esa época de tristeza sentiremos que no hay consuelo, sin embargo, viviendo la pena y atendiendo los recuerdos llegará el tiempo de la aceptación, aun cuando nos parezca que es imposible. El reprimir las lágrimas, los sentimientos y las emociones solo nos irá enfermando sin sospechar de sus consecuencias.


El llanto, el desconsuelo es un tiempo que pasa –como una nueva estación del año que se va−, dejándonos una mezcla de cansancio y olvido. Luego llegará un nuevo entendimiento que nos permitirá seguir y salir adelante.


La expresión del duelo se realiza a través de claves emocionales, cognitivas, físicas y conductuales. El duelo es asimismo una respuesta fisiológica. Durante la fase aguda del duelo el sistema inmunológico se altera, disminuye la proliferación de leucocitos y se deteriora el funcionamiento celular. Por eso la preocupación por la propia salud y el cuidado del cuerpo son indispensables.


Al nacer comenzamos a morir (“para morir hemos nacido”). El acto de nacer implica una pérdida. A partir de ese instante vital se inicia la cuenta regresiva que nos acerca a la muerte. Es así como desde el momento en que nacemos experimentamos diferentes pérdidas. La vida es un camino en cuyo trayecto vamos perdiendo cosas. Por esa razón cada ser humano debiera desde un comienzo prepararse para las pérdidas, duelos y separaciones. De ahí que el dolor sea un naufragio por el que hay que pasar. Este forma parte de la vida, exactamente en la misma proporción que la felicidad, la alegría y el amor. El dolor es un precio que pagamos por el amor. Quien decide amar decide también sufrir. Sin embargo, en la vida real sucede justamente lo contrario: vivimos como inmortales, pensando que aquello que poseemos durará también para siempre.

En el proceso del duelo el dolor no desaparece, se amortigua. El ser amado que hemos perdido pasa a ser nuestra sombra o, más bien, un faro interno que está en nosotros siempre encendido y nos acompaña e ilumina.
La angustia del primer tiempo se va haciendo menos aguda, se va atenuando, sin desaparecer, para dar paso a la vida, a los recuerdos. Uno comienza a recordar la vida de aquel que ha perdido y estas reminiscencias son como un talismán al que se recurre cada vez que se está triste. Se recuerdan sus dichos con alegría, con cálida ternura, se repiten frases, anécdotas y enseñanzas que nos dejó ese ser querido y que nos hacen a la vez reír y llorar. Luego entramos en un tiempo de consuelo en el que agradecemos al Señor los momentos en que pudimos compartir con esa persona todo el tiempo que vivió.

La vida de aquellos que parten casi siempre ha sido intensa, llena de acontecimientos y, por lo general, nos brindan un legado o una lección. También su partida nos deja una sensación de lo inconcluso por lo poco que les dimos o entregamos, o por lo mucho que quisimos decirles y no lo hicimos.

Estos pendientes marcan la calidad del duelo. Es mucho más llevadero un duelo que surge a partir de una relación en que no quedan pendientes, ya que estos dejan heridas más profundas y de difícil curación.

Muchas son las personas que pierden a un ser querido después de una violenta discusión o intercambio de palabras. Este hecho les hace sentirse mal y quedan con una permanente sensación de autorrechazo y arrepentimiento. Para ellos el dolor del duelo se agudiza a causa de la culpa. Prontamente deberán encontrar un sentido a esa experiencia para poder cerrar esa herida, pensando que todo lo humano se supera después de la muerte.

Para no dejar pendientes después de una pérdida o duelo, un buen consejo sería aquel que dice que hay vivir cada día como si fuese el último de nuestra existencia.

Las huellas que dejan los hijos son imborrables y el recuerdo de ellos constituye un paraíso personal del que nadie nos podrá expulsar. Hay recuerdos y momentos de la vida de aquellos que amamos y perdemos que nos hacen recuperar el aliento y borrar años de dolor y sufrimiento. Lo sanador es esforzarse ante el misterio de la muerte para lograr que prevalezca el amor y no la significación negativa que le podamos dar a ese acontecimiento tan triste y doloroso.

Al darle importancia al amor que nos rodeó junto a quien perdimos y amamos se produce una alegría nostálgica. Con ese sentimiento guardamos e inmortalizamos su recuerdo. Recuerdos que milagrosamente no cambian a través del tiempo.

Ese tiempo del recuerdo hace que nuestros corazones aniden nuevas emociones, nuevas esperanzas, que nos permiten ver una luz presente de una imagen desaparecida.

El camino para alcanzar el consuelo es largo y doloroso, pero debemos recordar que para llegar al alba hay que recorrer todo el camino de la noche, y que esa noche en principio suele no tener luna… Pero nosotros, los cristianos, tenemos la esperanza del reencuentro, la que nos llena de ilusión con la promesa de la eternidad.

Kalil Gibran nos alienta:

El nacimiento es el comienzo la muerte no es el final.

La existencia es una continuidad que se desplaza entre días hermosos y otros oscuros, sin luz.

Podemos estar en el túnel oscuro sin ver la luz, pero tenemos que saber y repetirnos mentalmente que en ese día negro y lluvioso, detrás de las nubes, siempre hay un sol que brilla.

Cuando estemos llenos de tristeza, sin esperanzas, mantengamos el recuerdo de los días hermosos sin nubes. El nacimiento no es el comienzo, la muerte no es el final, lo que atravesamos al entrar y salir es la puerta de Dios que nos lleva al consuelo después del sufrimiento y la tristeza. Con el tiempo aprendemos que el amor y los recuerdos no mueren.




miércoles, noviembre 17, 2010

Capítulo 17 - La muerte de un hijo


Del libro: Dolor y sufrimiento


Es una de las muertes más difíciles y que afecta el equilibrio familiar. Los hijos supervivientes se vuelven el centro de maniobras inconscientes diseñadas para aliviar los sentimientos de culpa de los padres y se usan como una manera de controlar mejor el destino. Una de las posiciones más difíciles para un hijo sobreviviente es el de substituto del hijo perdido.

Algunas familias afrontan los sentimientos respecto a la muerte de un hijo suprimiendo los hechos que rodean a la muerte de manera que el siguiente hijo puede que no sepa nada de sus predecesores.

Puede ser que los hijos no reciban la atención que necesitan por un estado traumático de los padres, pero hay familias en que resuelven proyectar todo el amor al hijo perdido, entregándoselo a los otros.
Los niños pasan momentos difíciles intentando aclarar qué deben decir a los amigos y cómo enfrentar el malestar de otra gente respecto a la muerte, como resultado de este malestar tienen miedo de jugar o de estar contentos porque no quieren que los demás piensan que no les importa su hermano.

Los niños requieren respuestas a sus preguntas y requieren una comunicación abierta y honesta.

Es particularmente importante que los padres disipen el pensamiento mágico y erróneo respecto a la muerte para poder establecer un vínculo emocional entre ellos y los hijos que quedan. Este es un momento crucial que puede afectar el desarrollo de personalidad y la capacidad para establecer y mantener relaciones futuras.

Estas muertes son con frecuencia súbitas y prematuras, se supone que los padres sobreviven a sus hijos, muchos de estos hijos mueren en accidente lo que aumenta el cuestionamiento del sentido de competencia de los padres, puesto que parte del rol parental es mantener al hijo seguro, esto puede llevar también a fuertes sentimientos de culpa.

A los padres les sorprende sus propias necesidades y respuestas cuando muere un hijo, la gravedad de la pérdida licita una búsqueda de cercanía e intimidad, pero a algunos padres les sorprende sentir culpa cuando se descubren a sí mismos intentando cubrir estas necesidades sexuales. Es importante que reconozcan y entiendan estas necesidades y sentimientos como parte del proceso vital normal.

Elaborar la pérdida de un hijo se puede complicar todavía más cuando los padres están divorciados. Se reúnen en este momento de crisis y esto puede evocar fuertes emociones y comportamientos extremos desde conductas empáticas y de cuidado, hasta una lucha extrema de poder y control.

Se han de trabajar las diferentes tareas del duelo, también están presentes los sentimientos fuertes, incluido el enfado y la culpa hacia uno mismo y hacia los otros.

Las mismas ambivalencias y representaciones múltiples que formaban parte de las relaciones que tenían en vida con el hijo, formaban parte de la búsqueda de equilibrio cuando el hijo muere.



martes, noviembre 16, 2010

Capítulo 16.1 - En que momento usarlas

Del libro: Dolor y sifrimiento


METAS DEL ASESORAMIENTO


La meta del asesoramiento es facilitar las tareas del duelo a la persona que está elaborando uno reciente, para que el proceso del mismo finalice con éxito.
La terapia en el duelo es lo más apropiado en situaciones que están dentro de estas tres categorías: duelo complicado como prolongado, duelo enmascarado con síntomas somáticos y duelo exagerado.
En el duelo prolongado la razón que hay detrás de este tipo de duelo es un conflicto de separación.
En el enmascarado con síntomas somáticos los pacientes no son conscientes que el duelo no resuelto es la razón de los síntomas, en el momento de la pérdida no se produjo o se inhibió su expresión.
El duelo exagerado a las personas con una depresión o ansiedad excesiva o alguna otra característica asociada con la conducta normal del duelo, pero manifestada en forma exagerada de modo que se la puede definir como disfuncionales.


PROCEDIMIENTOS TERAPÉUTICOS EN PROCESOS DE DUELO


1.- Descartar enfermedades físicas.
Aunque algunos síntomas aparecen como equivalentes del duelo no ocurre con todos ellos, por eso no se debería empezar una terapia en duelo sin haber descartado la existencia de una enfermedad física.

2.- Establecer la alianza terapéutica.
El paciente debe estar de acuerdo con volver a explorar su relación con la persona o personas implicadas en la pérdida, pensando que esta exploración va a ser beneficiosa.


3.- Revivir recuerdos del fallecido.
Quién era, cómo era, qué recuerda el cliente de él o ella, qué cosas disfrutaban juntos. Es importante empezar a construir un entramado preliminar de recuerdos positivos que ayuden al paciente más adelante si se resiste a experimentar algunas de las emociones más negativas.
En las primeras sesiones se dedica a hablar del fallecido y las características positivas, cualidades y actividades agradables que hacían juntos. Si existen sentimientos negativos el proceso se hace al revés y si hay múltiples pérdidas ha de trabajarse con cada una por separado.


4.- Evaluar cuáles de las cuatro tareas no se han completado.
Si no se ha completado la tarea 1 el paciente se dice a sí mismo “no quiero que estés muerto”, “no estás muerto, sólo estás ausente”. La terapia se centra en el hecho que la persona está muerta y en que el superviviente va a tener que aceptar la realidad y dejar que la persona se marche.


Si la dificultad se produce en la tarea 2, el paciente acepta la realidad sin el afecto, la terapia se centra en hecho que es normal sentir emociones positivas y negativas respecto al fallecido y se puede llegar a un equilibrio entre ambas.


Si la dificultad está en la tarea 3, la parte más importante de la terapia es la solución del problema, se enseña al paciente a vencer su impotencia ensayando nuevas habilidades, desarrollando roles nuevos y en general se la anima volver a la vida.


Si la tarea sin completar es la cuatro, el terapeuta ayuda al paciente a emanciparse de un apego agobiante con el fallecido y por lo tanto a sentirse libre para cultivar nuevas relaciones. Dar permiso para dejar de sufrir, ayudarlo a sentirse capaz de tener relaciones nuevas y explorar las dificultades que implica decir un adiós definitivo.


5.- Afrontar el afecto o la ausencia del mismo que provocan los recuerdos.
Se puede trabajar gradualmente explorando los sentimientos más ambivalentes y finalmente ayudando al paciente a estar en contacto con sus sentimientos de enfado. Ver que estos sentimientos no excluyen los positivos y viceversa y ser capaz de expresárselo a su hijo, hija, difunto.


También puede surgir cuando se estimulan los recuerdos del fallecido la culpa, una vez que se identifica la culpa es importante ayudar a la persona a confrontarla con la realidad, gran parte de la culpa puede ser irracional, si bien otra parte es real. Es importante cuando se trabaja con culpa real incluir la búsqueda y la concesión de perdón entre el fallecido y el paciente, para facilitar esto pueden ser útiles ciertas técnicas de role playing y de imaginación.


6.- Explorar y desactivar objetos de vinculación.
Objetos simbólicos que guarda el superviviente y le permiten mantener externamente la relación con el fallecido. Los objetos pueden dificultar la realización satisfactoria del duelo, generalmente los objetos de vinculación se eligen de una de cuatro áreas, alguna pertenencia del fallecido que uno lleva consigo como reloj o pieza de joyería, una cámara que representaría una ampliación visual, una representación del fallecido como una fotografía o algo que estaba a mano cuando se recibió la noticia de la muerte o cuando la persona en duelo vio el cuerpo del muerto. Para las personas que poseen un objeto de vinculación es importante saber donde está dicho objeto en todo momento. Los objetos de vinculación son similares a los objetos transicionales como los que guardan los niños cuando crecen lejos de sus padres.
Es importante preguntar qué cosas han guardado después de la muerte y si se determina que están usando algo como objeto de vinculación se debería comentar en terapia.

7.- Tratar la fantasía de acabar el duelo.
Es útil hacer que los pacientes exploren sus fantasías sobre cómo sería acabar el duelo o qué implicaría para ellos, qué perderían al acabarlo aunque es un procedimiento bastante simple ofrece resultados fructíferos.


8.- Ayudar al paciente a decir un adiós final.
Decir adiós a un ser querido que ha fallecido puede ser algo confuso para algunas personas. Se trata de decir adiós al deseo que el fallecido esté vivo, adiós a la fantasía de que se puede recuperar.
Se comienza animando al paciente a decir un adiós temporal, adiós por el momento, y finalmente lleva al punto de decir un adiós final cuando la terapia llega a su fin. La iniciativa del adiós final puede tenerla el paciente.

TECNICAS: EN QUÉ MOMENTO USARLAS


Una técnica útil es la técnica gestalt de la silla vacía, hacer que hablen directamente con la persona fallecida en presente.

Una técnica relacionada extra es hacer que el paciente se siente en una silla y cierre los ojos e imagine que está hablando con el fallecido. La técnica anterior equivale a ponerse en los dos papeles cambiando de silla.

Otra técnica es el psicodrama en que el paciente representa su rol y el de la persona fallecida, replicando y volviendo a replicar hasta que se resuelve el conflicto concreto. Usar fotos del fallecido puede facilitar estas metas.

Con cualquier técnica es esencial elegir el momento oportuno, es crucial que el terapeuta sepa como regular el momento de las intervenciones.

Estimular las emociones antes que el paciente esté preparado no funcionará. Las interpretaciones fuera de tiempo caerán por los suelos.

EVALUACIÓN DE RESULTADOS


Normalmente hay tres tipos de cambios que nos ayudan a evaluar los resultados de la terapia. Son cambios en la experiencia subjetiva, la conducta y en la libido del síntoma.


a) La experiencia subjetiva
Se refiere a que las personas completan una terapia a causa de un duelo e informan que subjetivamente están diferentes, aumenta el sentimiento de autoestima y reducción de la culpa y aumento de sentimientos positivos respecto al fallecido. Son capaces de pensar en el fallecido y relacionar sus sentimientos positivos con experiencias positivas. Podríamos valorar un resultado positivo en frases como: “ahora simplemente te echo de menos, antes estaba angustiada”.


b) Cambios conductuales.
Cuando se detiene la conducta de búsqueda empiezan a volver a socializarse a formar nuevas relaciones. Los pacientes que han evitado antes las actividades religiosas vuelven a ellas, las personas que han evitado visitar el cementerio ahora lo visitan.


c) Alivio de síntomas:
Los pacientes presentan menos dolores corporales y reducción del síntoma que les hizo buscar ayuda.

SISTEMAS FAMILIARES Y DUELO


La mayoría de las familias tiene algún tipo de equilibrio homeostático y la pérdida de una persona significativa en ese grupo familiar puede desequilibrar dicha homeostasis y hacer que la familia sienta dolor y busque ayuda. El conocimiento de la configuración total de la familia, la posición funcional de la persona moribunda en ella y el nivel de adaptación vital total son importantes para cualquiera que intente ayudar a una familia antes, durante y después de la muerte.

Los factores que afectan el proceso de duelo e influyen en el grado de desorganización familiar son: la fase del ciclo familiar, los roles que desempeñaba el fallecido, el poder, el afecto, los patrones de comunicación, los factores socio-culturales.

Los mitos familiares trabajan de manera similar a las defensas en el individuo y dan definición e identidad al grupo familiar. Las familias varían en su capacidad para expresar y tolerar sentimientos. Aquellas familias que lo afrontan de manera más eficaz son las que hacen comentarios abiertos sobre el fallecido, mientras que a las cerradas no sólo les falta esa libertad sino además ofrecen excusas y hacen comentarios que logran que los otros miembros se queden callados.

Las familias funcionales procesan sentimientos sobre la muerte incluyendo, admitiendo, aceptando sentimientos de vulnerabilidad.

Un duelo no resuelto puede servir no sólo como factor clave en la patología familiar sino que puede contribuir a relaciones patológicas a lo largo de distintas generaciones.

Para evaluar el impacto del conflicto intergeneracional se debería conseguir la historia de la familia extensa que debería cubrir al menos dos generaciones: muerte de hijo, muerte de hermano, tío.

Cuando se evalúan los sistemas familiares y el duelo se han de considerar al menos tres áreas principales:

1.- La posición funcional o el papel que desempeñaba el fallecido en la pareja.
2.- La integración emocional de la familia.
3.- El valor que le dan las familias a las emociones y como las facilitan o dificultan el fluir de ellas.

HIJOS CUYOS PADRES MUEREN


Cuando esto se produce en la infancia o en la adolescencia el hijo puede fracasar a la hora de elaborar el duelo adecuadamente y se pueden presentar más adelante como síntomas de depresión o de incapacidad para establecer relaciones íntimas durante la vida adulta.

Algunos de los conceptos cognitivos que son necesarios para entender plenamente la muerte son: el tiempo, incluyendo el sentido de para siempre, la transformación, la irreversibilidad, la causalidad, la operación concreta.

Spiayer sugiere en sus estudios que las operaciones concretas están desarrolladas sólo en niños de más de 7 u 8 años, tal como entendemos actualmente el desarrollo infantil, el niño que está por debajo de 18 a 24 meses no entiende plenamente que un objeto físico tiene una existencia separada de su percepción sensorial y su manipulación.

Entre los 12 y los 5 se alcanza la constancia del objeto y el niño comprende mejor, aunque de manera incompleta la muerte. Los niños de esta edad incluso reflejan más los estados emocionales adultos después de una pérdida pero el riesgo es que puedan percibirla como si se debiera a su propia responsabilidad y/o su propia sensación de maldad. A esta edad los niños muestran también una fuerte tendencia a idealizar al adulto perdido.

Entre los 5 y los 7 años el niño comprende mejor la muerte desde una perspectiva cognitiva, pero todavía le faltan las habilidades del yo para afrontar la intensidad de los sentimientos. De los 7 años a la adolescencia el niño se aproxima al duelo más como un adulto, con una comprensión más clara y con mejores habilidades de afrontamiento. La pérdida a causa de una muerte se experimenta y se expresa de manera diferente en diferentes fases evolutivas.

El profesional de la salud mental ha de ser consciente de varias cosas cuando trata con niños que han perdido a sus padres:


1) Los niños elaboran el duelo pero las diferencias en la elaboración vienen determinadas por su desarrollo cognitivo como emocional.


2) La pérdida de uno de los padres a causa de una muerte es obviamente un trauma, pero, en sí misma, no necesariamente lleva a una detención en el desarrollo.


3) Los niños entre 5 y 7 años son un grupo particularmente vulnerable, se han desarrollado cognitivamente lo suficiente como para entender algunas de las ramificaciones permanentes de la muerte pero tienen una capacidad de afrontamiento muy pequeña, es decir, sus habilidades personales y sociales no están suficientemente desarrolladas para permitirle defenderse. El asesor debería tener en cuenta a este grupo en particular.


4) También es importante reconocer que el trabajo del duelo puede que no acabe de la misma manera para un niño que para un adulto. El duelo por una pérdida de la infancia se puede revivir en muchos momentos de la vida adulta.


5) Es importante que el profesional de la salud desarrolle enfoques preventivos para los niños que han perdido a sus padres. La misma tarea del duelo que se aplican a los adultos se aplica obviamente a un niño, pero estas tareas se han de entender y modificar en términos de desarrollo cognitivo, personal, social y emocional