martes, noviembre 02, 2010

Capítulo 3 - Etapas del duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis


Hay diversos autores que han planteado diferentes clasificaciones de las etapas del duelo. Estas propuestas han ido evolucionando desde hace cuatro décadas y, en general, han surgido de las distintas formas de ordenar las respuestas que se han observado en los deudos ante la desaparición de los seres queridos. Se plantean aquí cinco etapas, que se asemejan a aquellas enunciadas por Kübler-Ross y David Kessler en su estudio sobre pacientes terminales.
En resumen, se pueden presentar como: negación, rabia, negociación, depresión y aceptación.
Estas etapas son interpretaciones que nos ayudan a comprender los diferentes sentimientos y estados de ánimo por los que pasamos. Conocerlas puede constituir una herramienta para sobrellevar el dolor de la pérdida. Dado que el duelo es un proceso individual y personal, estas etapas nos permiten a su vez darle un sentido a lo que vayamos sintiendo a causa de la pérdida de algo o alguien significativo.
Entre los diferentes autores que se han planteado la existencia de etapas existe consenso en considerarlas un conocimiento necesario del duelo para lograr estar mejor preparados en el momento de afrontar las pérdidas.
En un primer momento caemos en un estado de shock que antecede brevemente a la negación, que viene a ser la primera etapa descrita.

La negación nos ayuda a sobrevivir la pérdida. La vida pierde sentido en ese momento, el mundo se vuelve agobiante, estamos en estado de shock y vacío. Enmudecemos, no sabemos hacia dónde vamos ni cuánto nos costará llegar ni cuándo vamos a salir. Tratamos de encontrar la forma para pasar los días.
La negación y el shock nos ayudan a hacer posible la supervivencia, a modular nuestros sentimientos paulatinamente y así, hacernos cargo de la pérdida en la medida en que podemos aceptarla. La negación nos ayuda a adecuarnos al ritmo de nuestros sentimientos de dolor.
Con el paso del tiempo todos los sentimientos que uno ha rechazado comienzan a salir a la superficie. Nos hemos vuelto más fuertes y las negaciones comienzan a debilitarse.

La rabia es una etapa necesaria para el proceso de curación. Mientras más realmente uno la sienta, más rápidamente comienza a disiparse el malestar y uno empieza a sentirse mejor.
La rabia no tiene límites. Esta se puede extender a amigos, doctores, familias, a uno mismo, a aquellos que lo quieren, al difunto e incluso a Dios. Es posible que uno se pregunte: ¿Dónde está Dios en esto? Subyacente a la rabia está el dolor, de sentirse dejado y abandonado.
Vivimos en una sociedad en donde la rabia aterroriza. Sin embargo, ella es una expresión de fuerza y puede darle estructura y significado temporal a la sensación de vacío. En un comienzo uno se siente como en un océano, sin conexión a nada. Repentinamente, se obtiene una estructura que la sostiene y la rabia pasa a ser un puente sobre el océano abierto, una conexión de uno con los demás que hay que mantenerla como pasajera, que es mejor que la nada que se experimenta a causa de ese vacío total que habita en nuestro interior. Paradójicamente, sabemos más acerca de cómo reprimir la rabia que de cómo sentirla. La rabia puede ser un indicador de la intensidad del cariño hacia la persona que no está.

La negociación es una etapa en que uno se siente capaz de hacer cualquier cosa para que la muerte sea una mentira. Después de la pérdida, la negociación comienza como una especie de trueque: ¿qué pasaría si por el resto de mi vida me dedicara a ayudar a los demás y yo despertara de esto y me diera cuenta de que todo ha sido un sueño? Y empezamos a meternos en una seguidilla de suposiciones: “si yo sólo”, “y si yo”, frases que nos llevan a sentir un poco de alivio al pedir algo a cambio de otra cosa. Queremos que la vida vuelva a ser como era antes, que nos restauren el pasado, queremos volver hacia atrás en el tiempo, haber reconocido la enfermedad antes o más rápidamente, parar el accidente antes que sucediera… Si sólo… si sólo… si… si…. Junto a estas suposiciones viene otra afirmación: “Haría cualquier cosa para no sentir el dolor que tengo”.
Se permanece en estas etapas por meses. Los sentimientos que acompañan a cada una de ellas tienden a permanecer, por lo que el paso de una a otra toma su tiempo conforme a cada persona. Así es como estas etapas no se viven en forma lineal o secuencial, sino que se producen en forma aleatoria: se puede sentir una emoción, volver atrás y luego adelantarse.

La depresión es la etapa que sucede a la negociación. Tras la negociación el duelo entra en nuestras vidas con un nivel incluso más profundo de lo que hemos percibido. Nuestra afectividad se hace más dolorosa, los sentimientos de vacío más reales. Esta etapa depresiva pareciese que fuera a durar para siempre y es importante comprender que esta depresión no es signo de una enfermedad mental, sino la respuesta apropiada a una pérdida. Nos retiramos de la vida y vivimos en una nebulosa, sin saber hacia dónde vamos. Aunque esta depresión puede ser vista como no natural, lo raro sería no sentirla.
El saber que no hay vuelta atrás puede producir una profunda pena, sin embargo, el duelo representa el proceso mismo de curación, lo que hace que la depresión sea una etapa necesaria. Es uno de los muchos pasos imprescindibles en este camino.

La aceptación a menudo se confunde con la noción de estar bien con lo que ha sucedido, y no es precisamente el caso. Si bien, muy pocas personas pueden sentirse bien luego de haber perdido a un ser querido, se hace indispensable aceptar la realidad de la pérdida de aquel con quien hemos estado unidos íntimamente. En esta etapa se acepta la realidad de que nuestro ser querido ha desaparecido físicamente y se reconoce que este hecho es permanente.
Hay que reconocer que esta es una nueva realidad que no queríamos, pero tenemos que aceptarla y aprender a vivir con ella. Nosotros también tenemos que cambiar, no podemos seguir siendo los mismos que éramos antes. El pasado no se puede rehacer, ha cambiado y tenemos que adaptarnos. Llegar a la aceptación significa pasar a vivir días mejores y que estos sean más numerosos que los malos.

En cuanto comenzamos a vivir de nuevo y a disfrutar de la vida, volvemos a sentir como si traicionáramos a aquel que quisimos. Nosotros no vamos a poder reemplazar lo que perdimos, pero podemos hacer nuevas conexiones, nuevas relaciones significativas, crear nuevas interdependencias. En vez de negar nuestros sentimientos debemos escuchar nuestras necesidades. Estamos en constante cambio, movimiento, crecimiento y evolución, por lo que podemos volver a mirar al resto del mundo e involucrarnos en sus vidas, interesarnos en nuestras amistades y relaciones, en otras palabras, volver a vivir. Pero, esto no se puede hacer hasta que el tiempo del duelo no haya terminado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario