jueves, noviembre 18, 2010

Carta a los padres que han perdido un hijo o hija




Del libro: Dolor y Sufrimiento



La muerte de un hijo es, si no la, una de las experiencias más dolorosas para los padres y marca un antes y un después. Es tan grande el dolor que produce la pérdida de un hijo, que los padres nos sumergimos en un estado de confusión, dolor, rebeldía y de desconexión con el mundo. Es una etapa de gran tristeza, desconsuelo, aturdimiento y angustia.



En ese instante nos sentimos tocados por la muerte en plenitud. Esta nos ha quitado a una persona muy querida, nos ha robado su presencia y compañía, en lugar de habernos llevado a nosotros. Con el pasar de las horas, la realidad se impone y abruma, y uno siente impotencia, deseos de suspender la propia vida y los proyectos personales.


Cada vez que uno escucha acerca de la muerte de un hijo ajeno, nuestro cuerpo reproduce las huellas ocasionadas al momento de haber experimentado nuestra propia pérdida. Se reproducen las palabras, las sensaciones y las claves de lo sentido en aquella funesta ocasión. Uno guarda el recuerdo del momento en forma fotográfica. De igual manera se atesora el contenido de las cartas y palabras de aquellos que estuvieron con uno y que le dieron su apoyo y solidaridad.


Tras la pérdida comenzamos a sentir un dolor que no tiene explicación, el que sin embargo, si se vive plenamente conduce a aceptar la pena, el llanto y la desolación, para finalmente descubrir que esta desgracia es una prueba a la que debemos darle un sentido.


Existe el dolor sin sentido, que nos lleva a dudar de todo y a vivir con desesperanza. El dolor con sentido es un camino para encontrar a Dios en los múltiples gestos, personas y circunstancias que nos acompañan.


Así como olvidamos los éxitos, pero jamás los fracasos, también olvidamos a aquellos con quienes reímos, pero jamás a aquellos con quienes lloramos. Hay que vivir realmente la pena, dejar que la tristeza respire en nosotros, concederse el permiso para estar tristes, llorar y deprimirse. Olvídense de las prohibiciones de llorar, de sentirse débiles y vulnerables, siempre en el duelo hay un tiempo de tristeza que debe ir acompañado de recuerdos y vivencias. En palabras de Proust: “Sólo sanamos de un dolor cuando lo padecemos plenamente”.


Lo que sí está prohibido es avergonzarse de que a uno lo vean triste: vivir la pena es un acto de sanidad espiritual y física. Negar esa pena es ir en búsqueda de la enfermedad física y espiritual.


No contengamos las lágrimas. Siempre a nuestro lado estará el Señor para secarlas y nos acompañará en nuestras noches de insomnio. En ese tiempo de pena, en esa época de tristeza sentiremos que no hay consuelo, sin embargo, viviendo la pena y atendiendo los recuerdos llegará el tiempo de la aceptación, aun cuando nos parezca que es imposible. El reprimir las lágrimas, los sentimientos y las emociones solo nos irá enfermando sin sospechar de sus consecuencias.


El llanto, el desconsuelo es un tiempo que pasa –como una nueva estación del año que se va−, dejándonos una mezcla de cansancio y olvido. Luego llegará un nuevo entendimiento que nos permitirá seguir y salir adelante.


La expresión del duelo se realiza a través de claves emocionales, cognitivas, físicas y conductuales. El duelo es asimismo una respuesta fisiológica. Durante la fase aguda del duelo el sistema inmunológico se altera, disminuye la proliferación de leucocitos y se deteriora el funcionamiento celular. Por eso la preocupación por la propia salud y el cuidado del cuerpo son indispensables.


Al nacer comenzamos a morir (“para morir hemos nacido”). El acto de nacer implica una pérdida. A partir de ese instante vital se inicia la cuenta regresiva que nos acerca a la muerte. Es así como desde el momento en que nacemos experimentamos diferentes pérdidas. La vida es un camino en cuyo trayecto vamos perdiendo cosas. Por esa razón cada ser humano debiera desde un comienzo prepararse para las pérdidas, duelos y separaciones. De ahí que el dolor sea un naufragio por el que hay que pasar. Este forma parte de la vida, exactamente en la misma proporción que la felicidad, la alegría y el amor. El dolor es un precio que pagamos por el amor. Quien decide amar decide también sufrir. Sin embargo, en la vida real sucede justamente lo contrario: vivimos como inmortales, pensando que aquello que poseemos durará también para siempre.

En el proceso del duelo el dolor no desaparece, se amortigua. El ser amado que hemos perdido pasa a ser nuestra sombra o, más bien, un faro interno que está en nosotros siempre encendido y nos acompaña e ilumina.
La angustia del primer tiempo se va haciendo menos aguda, se va atenuando, sin desaparecer, para dar paso a la vida, a los recuerdos. Uno comienza a recordar la vida de aquel que ha perdido y estas reminiscencias son como un talismán al que se recurre cada vez que se está triste. Se recuerdan sus dichos con alegría, con cálida ternura, se repiten frases, anécdotas y enseñanzas que nos dejó ese ser querido y que nos hacen a la vez reír y llorar. Luego entramos en un tiempo de consuelo en el que agradecemos al Señor los momentos en que pudimos compartir con esa persona todo el tiempo que vivió.

La vida de aquellos que parten casi siempre ha sido intensa, llena de acontecimientos y, por lo general, nos brindan un legado o una lección. También su partida nos deja una sensación de lo inconcluso por lo poco que les dimos o entregamos, o por lo mucho que quisimos decirles y no lo hicimos.

Estos pendientes marcan la calidad del duelo. Es mucho más llevadero un duelo que surge a partir de una relación en que no quedan pendientes, ya que estos dejan heridas más profundas y de difícil curación.

Muchas son las personas que pierden a un ser querido después de una violenta discusión o intercambio de palabras. Este hecho les hace sentirse mal y quedan con una permanente sensación de autorrechazo y arrepentimiento. Para ellos el dolor del duelo se agudiza a causa de la culpa. Prontamente deberán encontrar un sentido a esa experiencia para poder cerrar esa herida, pensando que todo lo humano se supera después de la muerte.

Para no dejar pendientes después de una pérdida o duelo, un buen consejo sería aquel que dice que hay vivir cada día como si fuese el último de nuestra existencia.

Las huellas que dejan los hijos son imborrables y el recuerdo de ellos constituye un paraíso personal del que nadie nos podrá expulsar. Hay recuerdos y momentos de la vida de aquellos que amamos y perdemos que nos hacen recuperar el aliento y borrar años de dolor y sufrimiento. Lo sanador es esforzarse ante el misterio de la muerte para lograr que prevalezca el amor y no la significación negativa que le podamos dar a ese acontecimiento tan triste y doloroso.

Al darle importancia al amor que nos rodeó junto a quien perdimos y amamos se produce una alegría nostálgica. Con ese sentimiento guardamos e inmortalizamos su recuerdo. Recuerdos que milagrosamente no cambian a través del tiempo.

Ese tiempo del recuerdo hace que nuestros corazones aniden nuevas emociones, nuevas esperanzas, que nos permiten ver una luz presente de una imagen desaparecida.

El camino para alcanzar el consuelo es largo y doloroso, pero debemos recordar que para llegar al alba hay que recorrer todo el camino de la noche, y que esa noche en principio suele no tener luna… Pero nosotros, los cristianos, tenemos la esperanza del reencuentro, la que nos llena de ilusión con la promesa de la eternidad.

Kalil Gibran nos alienta:

El nacimiento es el comienzo la muerte no es el final.

La existencia es una continuidad que se desplaza entre días hermosos y otros oscuros, sin luz.

Podemos estar en el túnel oscuro sin ver la luz, pero tenemos que saber y repetirnos mentalmente que en ese día negro y lluvioso, detrás de las nubes, siempre hay un sol que brilla.

Cuando estemos llenos de tristeza, sin esperanzas, mantengamos el recuerdo de los días hermosos sin nubes. El nacimiento no es el comienzo, la muerte no es el final, lo que atravesamos al entrar y salir es la puerta de Dios que nos lleva al consuelo después del sufrimiento y la tristeza. Con el tiempo aprendemos que el amor y los recuerdos no mueren.




miércoles, noviembre 17, 2010

Capítulo 17 - La muerte de un hijo


Del libro: Dolor y sufrimiento


Es una de las muertes más difíciles y que afecta el equilibrio familiar. Los hijos supervivientes se vuelven el centro de maniobras inconscientes diseñadas para aliviar los sentimientos de culpa de los padres y se usan como una manera de controlar mejor el destino. Una de las posiciones más difíciles para un hijo sobreviviente es el de substituto del hijo perdido.

Algunas familias afrontan los sentimientos respecto a la muerte de un hijo suprimiendo los hechos que rodean a la muerte de manera que el siguiente hijo puede que no sepa nada de sus predecesores.

Puede ser que los hijos no reciban la atención que necesitan por un estado traumático de los padres, pero hay familias en que resuelven proyectar todo el amor al hijo perdido, entregándoselo a los otros.
Los niños pasan momentos difíciles intentando aclarar qué deben decir a los amigos y cómo enfrentar el malestar de otra gente respecto a la muerte, como resultado de este malestar tienen miedo de jugar o de estar contentos porque no quieren que los demás piensan que no les importa su hermano.

Los niños requieren respuestas a sus preguntas y requieren una comunicación abierta y honesta.

Es particularmente importante que los padres disipen el pensamiento mágico y erróneo respecto a la muerte para poder establecer un vínculo emocional entre ellos y los hijos que quedan. Este es un momento crucial que puede afectar el desarrollo de personalidad y la capacidad para establecer y mantener relaciones futuras.

Estas muertes son con frecuencia súbitas y prematuras, se supone que los padres sobreviven a sus hijos, muchos de estos hijos mueren en accidente lo que aumenta el cuestionamiento del sentido de competencia de los padres, puesto que parte del rol parental es mantener al hijo seguro, esto puede llevar también a fuertes sentimientos de culpa.

A los padres les sorprende sus propias necesidades y respuestas cuando muere un hijo, la gravedad de la pérdida licita una búsqueda de cercanía e intimidad, pero a algunos padres les sorprende sentir culpa cuando se descubren a sí mismos intentando cubrir estas necesidades sexuales. Es importante que reconozcan y entiendan estas necesidades y sentimientos como parte del proceso vital normal.

Elaborar la pérdida de un hijo se puede complicar todavía más cuando los padres están divorciados. Se reúnen en este momento de crisis y esto puede evocar fuertes emociones y comportamientos extremos desde conductas empáticas y de cuidado, hasta una lucha extrema de poder y control.

Se han de trabajar las diferentes tareas del duelo, también están presentes los sentimientos fuertes, incluido el enfado y la culpa hacia uno mismo y hacia los otros.

Las mismas ambivalencias y representaciones múltiples que formaban parte de las relaciones que tenían en vida con el hijo, formaban parte de la búsqueda de equilibrio cuando el hijo muere.



martes, noviembre 16, 2010

Capítulo 16.1 - En que momento usarlas

Del libro: Dolor y sifrimiento


METAS DEL ASESORAMIENTO


La meta del asesoramiento es facilitar las tareas del duelo a la persona que está elaborando uno reciente, para que el proceso del mismo finalice con éxito.
La terapia en el duelo es lo más apropiado en situaciones que están dentro de estas tres categorías: duelo complicado como prolongado, duelo enmascarado con síntomas somáticos y duelo exagerado.
En el duelo prolongado la razón que hay detrás de este tipo de duelo es un conflicto de separación.
En el enmascarado con síntomas somáticos los pacientes no son conscientes que el duelo no resuelto es la razón de los síntomas, en el momento de la pérdida no se produjo o se inhibió su expresión.
El duelo exagerado a las personas con una depresión o ansiedad excesiva o alguna otra característica asociada con la conducta normal del duelo, pero manifestada en forma exagerada de modo que se la puede definir como disfuncionales.


PROCEDIMIENTOS TERAPÉUTICOS EN PROCESOS DE DUELO


1.- Descartar enfermedades físicas.
Aunque algunos síntomas aparecen como equivalentes del duelo no ocurre con todos ellos, por eso no se debería empezar una terapia en duelo sin haber descartado la existencia de una enfermedad física.

2.- Establecer la alianza terapéutica.
El paciente debe estar de acuerdo con volver a explorar su relación con la persona o personas implicadas en la pérdida, pensando que esta exploración va a ser beneficiosa.


3.- Revivir recuerdos del fallecido.
Quién era, cómo era, qué recuerda el cliente de él o ella, qué cosas disfrutaban juntos. Es importante empezar a construir un entramado preliminar de recuerdos positivos que ayuden al paciente más adelante si se resiste a experimentar algunas de las emociones más negativas.
En las primeras sesiones se dedica a hablar del fallecido y las características positivas, cualidades y actividades agradables que hacían juntos. Si existen sentimientos negativos el proceso se hace al revés y si hay múltiples pérdidas ha de trabajarse con cada una por separado.


4.- Evaluar cuáles de las cuatro tareas no se han completado.
Si no se ha completado la tarea 1 el paciente se dice a sí mismo “no quiero que estés muerto”, “no estás muerto, sólo estás ausente”. La terapia se centra en el hecho que la persona está muerta y en que el superviviente va a tener que aceptar la realidad y dejar que la persona se marche.


Si la dificultad se produce en la tarea 2, el paciente acepta la realidad sin el afecto, la terapia se centra en hecho que es normal sentir emociones positivas y negativas respecto al fallecido y se puede llegar a un equilibrio entre ambas.


Si la dificultad está en la tarea 3, la parte más importante de la terapia es la solución del problema, se enseña al paciente a vencer su impotencia ensayando nuevas habilidades, desarrollando roles nuevos y en general se la anima volver a la vida.


Si la tarea sin completar es la cuatro, el terapeuta ayuda al paciente a emanciparse de un apego agobiante con el fallecido y por lo tanto a sentirse libre para cultivar nuevas relaciones. Dar permiso para dejar de sufrir, ayudarlo a sentirse capaz de tener relaciones nuevas y explorar las dificultades que implica decir un adiós definitivo.


5.- Afrontar el afecto o la ausencia del mismo que provocan los recuerdos.
Se puede trabajar gradualmente explorando los sentimientos más ambivalentes y finalmente ayudando al paciente a estar en contacto con sus sentimientos de enfado. Ver que estos sentimientos no excluyen los positivos y viceversa y ser capaz de expresárselo a su hijo, hija, difunto.


También puede surgir cuando se estimulan los recuerdos del fallecido la culpa, una vez que se identifica la culpa es importante ayudar a la persona a confrontarla con la realidad, gran parte de la culpa puede ser irracional, si bien otra parte es real. Es importante cuando se trabaja con culpa real incluir la búsqueda y la concesión de perdón entre el fallecido y el paciente, para facilitar esto pueden ser útiles ciertas técnicas de role playing y de imaginación.


6.- Explorar y desactivar objetos de vinculación.
Objetos simbólicos que guarda el superviviente y le permiten mantener externamente la relación con el fallecido. Los objetos pueden dificultar la realización satisfactoria del duelo, generalmente los objetos de vinculación se eligen de una de cuatro áreas, alguna pertenencia del fallecido que uno lleva consigo como reloj o pieza de joyería, una cámara que representaría una ampliación visual, una representación del fallecido como una fotografía o algo que estaba a mano cuando se recibió la noticia de la muerte o cuando la persona en duelo vio el cuerpo del muerto. Para las personas que poseen un objeto de vinculación es importante saber donde está dicho objeto en todo momento. Los objetos de vinculación son similares a los objetos transicionales como los que guardan los niños cuando crecen lejos de sus padres.
Es importante preguntar qué cosas han guardado después de la muerte y si se determina que están usando algo como objeto de vinculación se debería comentar en terapia.

7.- Tratar la fantasía de acabar el duelo.
Es útil hacer que los pacientes exploren sus fantasías sobre cómo sería acabar el duelo o qué implicaría para ellos, qué perderían al acabarlo aunque es un procedimiento bastante simple ofrece resultados fructíferos.


8.- Ayudar al paciente a decir un adiós final.
Decir adiós a un ser querido que ha fallecido puede ser algo confuso para algunas personas. Se trata de decir adiós al deseo que el fallecido esté vivo, adiós a la fantasía de que se puede recuperar.
Se comienza animando al paciente a decir un adiós temporal, adiós por el momento, y finalmente lleva al punto de decir un adiós final cuando la terapia llega a su fin. La iniciativa del adiós final puede tenerla el paciente.

TECNICAS: EN QUÉ MOMENTO USARLAS


Una técnica útil es la técnica gestalt de la silla vacía, hacer que hablen directamente con la persona fallecida en presente.

Una técnica relacionada extra es hacer que el paciente se siente en una silla y cierre los ojos e imagine que está hablando con el fallecido. La técnica anterior equivale a ponerse en los dos papeles cambiando de silla.

Otra técnica es el psicodrama en que el paciente representa su rol y el de la persona fallecida, replicando y volviendo a replicar hasta que se resuelve el conflicto concreto. Usar fotos del fallecido puede facilitar estas metas.

Con cualquier técnica es esencial elegir el momento oportuno, es crucial que el terapeuta sepa como regular el momento de las intervenciones.

Estimular las emociones antes que el paciente esté preparado no funcionará. Las interpretaciones fuera de tiempo caerán por los suelos.

EVALUACIÓN DE RESULTADOS


Normalmente hay tres tipos de cambios que nos ayudan a evaluar los resultados de la terapia. Son cambios en la experiencia subjetiva, la conducta y en la libido del síntoma.


a) La experiencia subjetiva
Se refiere a que las personas completan una terapia a causa de un duelo e informan que subjetivamente están diferentes, aumenta el sentimiento de autoestima y reducción de la culpa y aumento de sentimientos positivos respecto al fallecido. Son capaces de pensar en el fallecido y relacionar sus sentimientos positivos con experiencias positivas. Podríamos valorar un resultado positivo en frases como: “ahora simplemente te echo de menos, antes estaba angustiada”.


b) Cambios conductuales.
Cuando se detiene la conducta de búsqueda empiezan a volver a socializarse a formar nuevas relaciones. Los pacientes que han evitado antes las actividades religiosas vuelven a ellas, las personas que han evitado visitar el cementerio ahora lo visitan.


c) Alivio de síntomas:
Los pacientes presentan menos dolores corporales y reducción del síntoma que les hizo buscar ayuda.

SISTEMAS FAMILIARES Y DUELO


La mayoría de las familias tiene algún tipo de equilibrio homeostático y la pérdida de una persona significativa en ese grupo familiar puede desequilibrar dicha homeostasis y hacer que la familia sienta dolor y busque ayuda. El conocimiento de la configuración total de la familia, la posición funcional de la persona moribunda en ella y el nivel de adaptación vital total son importantes para cualquiera que intente ayudar a una familia antes, durante y después de la muerte.

Los factores que afectan el proceso de duelo e influyen en el grado de desorganización familiar son: la fase del ciclo familiar, los roles que desempeñaba el fallecido, el poder, el afecto, los patrones de comunicación, los factores socio-culturales.

Los mitos familiares trabajan de manera similar a las defensas en el individuo y dan definición e identidad al grupo familiar. Las familias varían en su capacidad para expresar y tolerar sentimientos. Aquellas familias que lo afrontan de manera más eficaz son las que hacen comentarios abiertos sobre el fallecido, mientras que a las cerradas no sólo les falta esa libertad sino además ofrecen excusas y hacen comentarios que logran que los otros miembros se queden callados.

Las familias funcionales procesan sentimientos sobre la muerte incluyendo, admitiendo, aceptando sentimientos de vulnerabilidad.

Un duelo no resuelto puede servir no sólo como factor clave en la patología familiar sino que puede contribuir a relaciones patológicas a lo largo de distintas generaciones.

Para evaluar el impacto del conflicto intergeneracional se debería conseguir la historia de la familia extensa que debería cubrir al menos dos generaciones: muerte de hijo, muerte de hermano, tío.

Cuando se evalúan los sistemas familiares y el duelo se han de considerar al menos tres áreas principales:

1.- La posición funcional o el papel que desempeñaba el fallecido en la pareja.
2.- La integración emocional de la familia.
3.- El valor que le dan las familias a las emociones y como las facilitan o dificultan el fluir de ellas.

HIJOS CUYOS PADRES MUEREN


Cuando esto se produce en la infancia o en la adolescencia el hijo puede fracasar a la hora de elaborar el duelo adecuadamente y se pueden presentar más adelante como síntomas de depresión o de incapacidad para establecer relaciones íntimas durante la vida adulta.

Algunos de los conceptos cognitivos que son necesarios para entender plenamente la muerte son: el tiempo, incluyendo el sentido de para siempre, la transformación, la irreversibilidad, la causalidad, la operación concreta.

Spiayer sugiere en sus estudios que las operaciones concretas están desarrolladas sólo en niños de más de 7 u 8 años, tal como entendemos actualmente el desarrollo infantil, el niño que está por debajo de 18 a 24 meses no entiende plenamente que un objeto físico tiene una existencia separada de su percepción sensorial y su manipulación.

Entre los 12 y los 5 se alcanza la constancia del objeto y el niño comprende mejor, aunque de manera incompleta la muerte. Los niños de esta edad incluso reflejan más los estados emocionales adultos después de una pérdida pero el riesgo es que puedan percibirla como si se debiera a su propia responsabilidad y/o su propia sensación de maldad. A esta edad los niños muestran también una fuerte tendencia a idealizar al adulto perdido.

Entre los 5 y los 7 años el niño comprende mejor la muerte desde una perspectiva cognitiva, pero todavía le faltan las habilidades del yo para afrontar la intensidad de los sentimientos. De los 7 años a la adolescencia el niño se aproxima al duelo más como un adulto, con una comprensión más clara y con mejores habilidades de afrontamiento. La pérdida a causa de una muerte se experimenta y se expresa de manera diferente en diferentes fases evolutivas.

El profesional de la salud mental ha de ser consciente de varias cosas cuando trata con niños que han perdido a sus padres:


1) Los niños elaboran el duelo pero las diferencias en la elaboración vienen determinadas por su desarrollo cognitivo como emocional.


2) La pérdida de uno de los padres a causa de una muerte es obviamente un trauma, pero, en sí misma, no necesariamente lleva a una detención en el desarrollo.


3) Los niños entre 5 y 7 años son un grupo particularmente vulnerable, se han desarrollado cognitivamente lo suficiente como para entender algunas de las ramificaciones permanentes de la muerte pero tienen una capacidad de afrontamiento muy pequeña, es decir, sus habilidades personales y sociales no están suficientemente desarrolladas para permitirle defenderse. El asesor debería tener en cuenta a este grupo en particular.


4) También es importante reconocer que el trabajo del duelo puede que no acabe de la misma manera para un niño que para un adulto. El duelo por una pérdida de la infancia se puede revivir en muchos momentos de la vida adulta.


5) Es importante que el profesional de la salud desarrolle enfoques preventivos para los niños que han perdido a sus padres. La misma tarea del duelo que se aplican a los adultos se aplica obviamente a un niño, pero estas tareas se han de entender y modificar en términos de desarrollo cognitivo, personal, social y emocional

Capítulo 16 - Técnicas útiles en el asesoramiento

Del libro: Dolor y sufrimiento

1.- El lenguaje evocador.

El asesor puede usar palabras duras que evoquen sentimientos, como por ejemplo “tu hijo murió” versus “perdiste a tu hijo”, este lenguaje ayuda a la gente a aceptar la realidad que rodea a la pérdida y puede estimular algunos de sus sentimientos dolorosos. También puede ser útil hablar del fallecido en pasado.


2.- El uso de símbolos.

Hacer que el cliente traiga fotos de los fallecidos a la sesión, esto no sólo ayuda al asesor a tener una sensación más clara de quien era dicha persona sino que además crea una sensación de inmediatez y un enfoque concreto para hablar al fallecido en vez de hablar de él. Otros símbolos que han resultado útiles son cartas escritas por el fallecido, cintas de casetes o de video suyas y artículos de ropa y joyería.
3.- Escribir.
Hacer que el superviviente escriba una o varias cartas al fallecido expresando sus pensamiento y sentimientos. Esto le puede ayudar a arreglar los asuntos pendientes y a expresar cosas que necesite.

4.- Dibujar.

Al igual que la escritura hacer dibujos reflejan los propios sentimientos. Esta es una técnica buena con niños pero que funciona también con adultos.

5.- Role Playing.

Ayudar a las personas a representar diferentes situaciones que temen o sobre las que se sienten molestas, en una manera de desarrollar habilidades, algo que es muy útil al trabajar con las tareas tres. El asesor puede participar en el Role Playing ya sea como facilitador o para modelar posibles conductas nuevas en el cliente.

6.- Reestructuración cognitiva.

Aquí el supuesto subyacente es que nuestros pensamientos influyan en nuestros sentimientos y especialmente los pensamientos encubiertos y el habla interna que fluye constantemente en nuestra mente. Al ayudar al paciente a identificar estos pensamientos y contrastarlos con la realidad para hacer su precisión o sobre-generalización el asesor puede ayudar a reducir los sentimientos disfóricos que provocan ciertos pensamientos irracionales como “nadie lo volverá a querer de nuevo”, un pensamiento que ciertamente no es probable en el presente.

7.- El libro de recuerdos.

Una actividad que puede realizar la familia conjuntamente es hacer un libro de recuerdos sobre el fallecido. Este libro puede incluir historias sobre los acontecimientos familiares, cosas memorables como instantáneas y otras fotografías, poemas y dibujos realizados por miembros, incluido los niños.

8.- Imaginación guiada.

Ayudar a la persona a imaginar al fallecido ya sea con los ojos cerrados o visualizando su presencia en una silla vacía y animarle a decirle las cosas que siente necesidad de decirle, es una técnica muy poderosa. El poder viene no de la imaginación sino de estar en el presente y de nuevo hablar con la persona en vez de hablar de la persona.


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lunes, noviembre 15, 2010

Capítulo 15 - Principios y procedimientos del asesoramiento psicológico


Del libro: Dolor y sufrimiento


Principio 1: Ayudar al sobreviviente a hacer real la pérdida.



Cuando alguien pierde a un ser importante aunque la muerte sea esperada, siente una cierta sensación de irrealidad de que no ocurrió realmente. Los supervivientes deben aceptar esta realidad para poder afrontar el impacto emocional de la pérdida.
Para eso hay que fomentar el hablar de la pérdida mediante preguntas. Mucha gente necesita repasar una y otra vez en su mente, revisar los acontecimientos que han ocurrido. Por otro lado es importante visitar el cementerio o el lugar en que reposan o están esparcidos los restos, también puede hacer que se de cuenta de la realidad de la pérdida. Explorar con los clientes si visitan alguna vez la tumba y qué supone eso para ello, si no la visitan pregunta ¿cuál es su fantasía respecto a ir?.



Principio 2: Ayudar al superviviente a identificar y expresar sentimientos.



Debido a su dolor y su disgusto puede que el sobreviviente no reconozca muchos de sus sentimientos o puede que no los sienta en el grado necesario. Algunos de lo sentimientos más problemáticos son el enfado, la culpa, la ansiedad y la impotencia.

Cuando alguien a quien se quiere mucho desaparece es normal enfadarse, probablemente el enfado proviene de dos fuentes, una es la frustración y la sensación de impotencia regresiva. Es cierto que muchas personas lo experimentan pero no siempre lo asocian con el fallecido. Este enfado real y debe ir a algún lugar de manera que si no se dirige hacia el fallecido, que es el objetivo real, se puede guiar a otras personas como el médico, el personal hospitalario, el director de la funeraria, el Clero o un miembro de la familia. Si el enfado no se dirige hacia el fallecido ni se desplaza hacia otra persona, se puede volver hacia uno mismo, esta situación es grave porque puede llevar a una ideación suicida.



Los pensamientos suicidas no siempre surgen del enfado hacia sí sino que muchas veces provienen del deseo de reunirse con el fallecido, esto puede ser consecuencia del dolor intenso que se experimenta en esos momentos y una forma de ayudar al cliente es contactar con ellos. Muchas veces no es bueno tratar el tema del enfado directamente, una técnica indirecta es la de preguntar ¿qué echa de menos? y luego preguntar ¿qué no echas de menos?, normalmente hay una pausa y una mirada de espanto y la persona dice algo como “nunca lo había pensado de esta manera pero ahora que lo menciona no echo de menos que dejara la ropa en el suelo, que no viniera a cenar a la hora y muchas otras cosas.



Existen varias razones por las cuales se pueden producir sentimientos de culpa después de una pérdida, por ejemplo por no haber ofrecido al fallecido una atención médica mejor, por no haber llegado a tiempo, porque no debería haberle permitido que lo operaran, por no haber consultado al médico antes, por no haber elegido el hospital correcto. Los padres cuyo hijo muere son muy vulnerables a estos sentimientos, que se centran en el hecho que no pudieron evitar que el hijo dejara de sufrir o que muriera. Algunos se sienten culpables por no experimentar la cantidad de tristeza que consideran apropiada. Este sentimiento en su mayor parte es racional y se centra en las circunstancias de la muerte.



Una forma de ayuda es la de confrontar con la realidad, por ejemplo si la persona dice “no hice lo suficiente” ¿qué hiciste?, si ella responde “hice tal” entonces digo ¿qué más hiciste?, “bueno hice esto”, ¿qué más?, “hice aquello”, entonces se le ocurren más cosas y dice “hice esto, esto y esto”, después de un tiempo llegan a la conclusión “quizás hice todo lo que pude en esas circunstancias”.



En cuanto a la ansiedad e impotencia, las personas que sobreviven a la muerte se sienten muy ansiosas y con miedo, gran parte de esta ansiedad proviene de la impotencia de pensar que no pueden continuar y sobrevivir solos. Esa es una experiencia regresiva que mejora con el tiempo cuando se dan cuenta que la vida es difícil y se las puede arreglar solo. El papel del asesor es ayudarles a reconocer mediante la reestructuración cognitiva las estrategias que usaban para funcionar solo antes de la pérdida y esto les ayuda a dar a estos sentimientos algún tipo de perspectiva.



Una segunda fuente de ansiedad proviene de la conciencia cada vez mayor de la muerte personal. La conciencia de nuestra propia muerte existe a un nivel muy bajo. Sin embargo, con la pérdida de un ser significativo, ya sea un amigo íntimo o un miembro de la familia, esta conciencia aumenta y produce una ansiedad existencial. El asesor puede tomar varias direcciones dependiendo del cliente. Para algunos es mejor no tratar esta cuestión directamente sino dejarla pasar y suponer que se mitigará y se desvanecerá con el tiempo. Con otros es útil tratar esta cuestión directamente y conseguir que hablen de sus miedos y aprehensiones. Hablar de esto con el asesor puede ayudar a los clientes a sentir alivio al desahogarse de sus preocupaciones y explorar otras opciones.
La tristeza debería ser estimulada por el asesor, tanto la tristeza co


mo el llanto. Llorar en una situación social se puede suprimir para evitar la crítica de los otros, pero llorar en una situación de terapia es muy reconfortante. Hay personas que temen llorar abiertamente para no parecer poco dignos o que incomoden a los demás, pero el llorar puede ser útil y puede ser necesario llorar con alguien y recibir apoyo, no es sólo llorar.



La tristeza debe ir acompañada de la conciencia de lo que se ha perdido, el enfado se ha de dirigir de manera apropiada y eficaz, se ha de evaluar y resolver la culpa, se ha de identificar y manejar la ansiedad. Si el asesor no tiene estos objetivos no es eficaz, a pesar de la cantidad de sentimientos que se estén evocando, la persona en duelo ha de alcanzar cierto equilibrio que les permita experimentar dolor, sensación de pérdida, soledad, miedo, enfado, culpa y tristeza, dejar entrar la angustia y dejar salir las expresiones de dicha angustia, saber y sentir en el fondo de su alma lo que les ha ocurrido y sin embargo hacerlo en dosis para que dichos sentimientos no les desborde.



Principio 3: Ayudar a vivir sin el fallecido.



Para lograrlo el asesor puede usar un enfoque de solución de problemas, es decir, cuáles son los problemas que ha de afrontar y como puede resolverlos. Se trata de entrenar conductas nuevas ante el nuevo rol que les toca desempeñar. En caso de pérdida de un cónyuge es importante ser capaz de comentar los sentimientos sexuales que surgen, incluida la necesidad de ser tocado y abrazado, el asesor puede sugerir diferentes maneras de tratar estas necesidades según la personalidad y el sistema de valores del cliente.



No hay que tratar de empujar a las personas a que tomen decisiones porque esto de hacerlo en forma precipitada puede provocar una sensación de impotencia.



Principio 4: Facilitar la recolocación emocional del fallecido.



Esto se trata de ayudar a los sobrevivientes a encontrar un nuevo lugar en la vida para el ser querido que han perdido, lo cual les permitirá seguir adelante con su vida y establecer nuevas relaciones.
Hay personas que se lanzan inmediatamente a nuevas relaciones, lo importante en ese momento de ayudar es a interpretar hasta que punto esto es apropiado, si uno se precipita en reemplazar rápidamente al fallecido se puede sentir bien durante un tiempo, pero esto le impide experimentar la intensidad y profundidad de la pérdida.

Principio 5: Dar tiempo para elaborar el duelo.



La elaboración del duelo requiere tiempo y algunos miembros de la familia pueden impacientarse por superar la pérdida y el dolor y por volver a una rutina normal y eso puede suponer un obstáculo.
Ciertos momentos son particularmente difíciles. Los asesores deben tener claros estos períodos críticos y contactar con la persona si no hay contacto regular. Para muchos las vacaciones son lo más duro, una intervención eficaz es ayudar al cliente a anticiparlas y prepararse por adelantado.



Principio 6: Interpretar la conducta normal.



La comprensión e interpretación de las conductas normales es un duelo son importantes, ya que muchas veces la persona puede tener la sensación de estar volviéndose loca y normalizar una conducta puede devolverles la seguridad.
Sin embargo, si uno lo piensa, sentir que se está volviendo loco cuando ha tenido una pérdida es normal, y si un asesor sabe que por ejemplo las alucinaciones, la sensación intensa de aturdimiento, la preocupación por el fallecido son conductas normales, puede tranquilizar bastante a la persona.



Principio 7: Permitir las diferencias individuales.



Existe un amplio rango de respuestas conductuales en el duelo, por eso de deben aceptar las diferentes maneras, sin embargo esto es difícil de entender para la familia, se sienten incómodos cuando un miembro se desvía de la conducta del resto.



Principio 8: Dar apoyo continuado.



El papel del asesor aquí es dar esperanza y una perspectiva amplia. Una buena manera de ofrecer apoyo continuado es a través de la participación en grupos.



Principio 9: Examinar defensas y estilos de afrontamiento.



Implica ayudar a los pacientes a examinar sus defensas y su estilo de afrontamiento porque se intensificarán después de una pérdida significativa. Cuando se ha establecido un vínculo de confianza entre el cliente y el asesor es más fácil que los clientes acepten comentar aspectos de su comportamiento que presagian una conducta competente y otros no. Por ejemplo afrontarla con exceso de alcohol o drogas es probable que no se esté ajustando de manera eficaz.
Alguien que evita ver fotos del fallecido o tener algo a la vista que se lo recuerde puede tener un estilo de afrontamiento poco sano.



Principio 10: Identificar patologías y derivar.



Un asesor que trabaja en situación de duelo es capaz de identificar la existencia de patología desencadenada por la pérdida y el duelo posterior y en tal caso hacer una derivación profesional.

domingo, noviembre 14, 2010

Capítulo 14 - El tratamiento del duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento





Muchas enfermedades psiquiátricas son la expresión de un duelo patológico, estas incluyen en muchos casos un estado de ansiedad, depresión, histeria e incluso más de un tipo de trastorno de personalidad.

Entre las consecuencias del duelo en la salud, encontramos el duelo enmascarado, el superviviente puede desarrollar síntomas como los que experimentó la persona querida antes de morir. Los médicos que tratan a personas en proceso de duelo, que presentan síntomas somáticos, harían bien solicitando información sobre los síntomas del fallecido y evaluando las posibilidades que el trastorno del paciente esté dentro de esta categoría.

El duelo es una cuestión muy compleja y se experimenta de muchas y variadas maneras, estos principios se pueden aplicar no sólo a las pérdidas debido a la muerte sino a la elaboración del duelo por distintos tipos de pérdidas, un divorcio, una amputación, la pérdida del trabajo y las pérdidas que experimentan las víctimas de la violencia entre otros.

EL APEGO, LAS PÉRDIDAS Y LAS TAREAS DEL DUELO

La teoría del apego de Bowlby nos ofrece una manera de conceptualizar las tendencias de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas y una manera de entender las fuertes reacciones emocionales que se producen cuando dichos lazos se ven amenazados o se rompen. La tesis de Bowlby, es que estos apegos provienen de la necesidad que tenemos de protección y seguridad, se desarrollan a una edad temprana, se dirigen hacia unas pocas personas específicas y tienden a perdurar a lo largo de gran parte del ciclo vital. Establecer apegos con otros seres significativos se considera una conducta normal, no sólo en los niños sino en los adultos. La conducta de apego tiene un valor de supervivencia distinta de la nutrición y la sexual.

Si la meta de la conducta de apego es mantener un lazo afectivo, las situaciones que ponen en peligro este lazo subsisten a ciertas reacciones muy específicas.
Según la tesis de George Engel, la pérdida de un ser amado es psicológicamente tan traumática como herirse, quemarse gravemente en el plano fisiológico. El duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, se necesita un período de tiempo para que la persona en duelo vuelva a un estado de equilibrio similar. Engel ve el proceso de duelo similar al de curación. Se puede restaurar el funcionamiento total o casi total, pero también hay casos de funcionamiento y de curación inadecuados.

Después de sufrir una pérdida hay ciertas tareas que deben realizarse para establecer el equilibrio y completar el proceso de duelo.

DUELO Y DEPRESIÓN

Muchas de las conductas normales en un duelo pueden padecer iguales a las manifestaciones de la depresión.
La depresión o melancolía es una forma patológica de duelo y es muy parecida al duelo normal pero con ciertos rasgos propios, los impulsos de enfado hacia la persona querida de manera ambivalente se dirigen hacia dentro de uno mismo.
Muchas depresiones las producen las pérdidas ya sea inmediata, después de la misma o algún tiempo después cuando el paciente las recuerda. La depresión puede servir también como defensa frente al duelo. Si el enfado se dirige hacia sí mismo, se desvía del fallecido y éste evita que el superviviente se tenga que enfrentar a los sentimientos ambivalentes hacia el fallecido.

Aunque la mayoría de las depresiones en el duelo son transitorias y no requiere atención profesional, existe un reconocimiento creciente de que algunas depresiones, especialmente aquellas que persisten durante el primer año de duelo, son clínicamente significativas.
Se ha usado mucha medicación antidepresiva para tratar pacientes graves cuya depresión persistía mucho en el curso del duelo y no se solucionaba espontáneamente o no respondía a intervenciones interpersonales. Estas eran normalmente personas que tenían una historia de depresión o algún otro tipo de trastorno mental. Se encontró mejoras en los trastornos del sueño y la alimentación, así como una mejoría en el estado de ánimo y en la cognición, esta respuesta sugiere una dimensión biológica de la depresión.

DETERMINANTES DEL DUELO

Aunque la experiencia de duelo está relacionada con el nivel evolutivo y las cuestiones conflictivas que la persona están implicadas, los determinantes más importantes parecen estar dentro de las seis categorías siguientes.



  1. Quién era la persona.


  2. La naturaleza del apego.


  3. El tipo de muerte: natural, accidental, suicidio u homicidio.


  4. Los antecedentes históricos, si ha tenido pérdidas anteriores y como se elaboraron dichos duelos.


  5. Es importante conocer la historia de salud mental previa a la persona.


  6. Es frecuente que aquellas personas que han padecido de depresiones anteriores sufran más elaborando el duelo.
    Las variables de personalidad, la variable incluye edad y el sexo, la inhibición de sentimientos que tiene como maneja la ansiedad, como afronta las situaciones estresantes. Si son personas muy dependientes o han tenido relaciones tempranas complicadas. Las personas diagnosticadas de ciertos trastornos de personalidad pueden pasar momentos difíciles al manejar las pérdidas, especialmente es cierto esto con las personas con trastorno de personalidad borderline o narcisisticas.
    Las variables sociales, la subcultura étnica y social son sólo dos entre muchas, hay formas de enfrentar el duelo en cada cultura y se han de conocer los antecedentes sociales étnicos y religiosos del superviviente.

Otro determinante del duelo es otros tipos de estrés simultáneos, cambios simultáneos y crisis que surgen después de la muerte, incluyendo graves cambios económicos.
Parkes define cuatro fases en el duelo:




  1. Período de insensibilidad que se produce en momentos cercanos a la pérdida, ayuda a desatender el hecho de la pérdida al menos durante un breve período de tiempo.


  2. Fase de anhelo. Se anhela que la persona perdida vuelva y tienda a negar la permanencia de la pérdida. La rabia juega una parte importante en esta fase.


  3. Fase de desorganización y desespero. La persona en duelo encuentra difícil funcionar en su medio.

sábado, noviembre 13, 2010

Capítulo 13 - La recuperación


Del Libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis



Lo importante no es lo que la vida nos hace sino lo que hacemos con lo que la vida nos hace.
Edgar Jachson

La recuperación es un proceso diferente y personal. Algunos caen en shock y pierden el deseo de hablar y comunicarse hasta llegar al mutismo. En cambio los hay quienes caen en el polo opuesto: euforia y movimiento continuo, negando de este modo el hecho del duelo y alejándose del dolor y el sufrimiento.

Cuando Julia escuchó que Roberto había muerto, enmudeció y un pensamiento persistente resonaba así en su mente: “Cómo puede pasarme esto a mí, no puedo creerlo, debe ser una pesadilla”. Ella no recordaba nada más que su aturdimiento, que era como una especie de cortina que le impedía hacerse cargo del dolor. Solo pensaba en los años transcurridos juntos planificando sus vidas, sus hijos y el tiempo de la jubilación.

En el estado de desesperación se hace necesario saber que va a haber un momento en que comience la recuperación, en que el que uno finalmente se sobrepondrá a los efectos emocionales y físicos que pudo experimentar después del shock, tales como: sentirse débil, sin energías, con dificultades para enfrentar las rutinas diarias, pérdida del apetito, alteración del sueño, boca seca, dolores varios, dificultad para concentrarse, fantasías y sueños acerca de la persona que nos ha causado el dolor.
No es fácil sentir y decir: se me murió el marido o me he divorciado. Esto duele y hiere, pero no va a doler para siempre. El dolor afectivo es un paso hacia la recuperación, si se sale de la parálisis y el estancamiento.

Como el dolor es algo tan contundente e ineludible, lo he mirado, observado, confrontado e intentado aprender de él. He llegado a concluir que el dolor es un gran maestro. Cuando el dolor llega, los más firmes y racionales argumentos que hemos sostenido durante años, las más inflexibles posturas, se someten a gran prueba. Es así que llegado el dolor, solo lo verdadero permanece, y lo demás cae o se debilita grandemente. Las prioridades cambian, se transforman, obligándonos a mirar la vida con otros ojos. Parece que a la vez que se nos cierran puertas, se nos abren otras. Como imaginarán o habrán experimentado, hay diferentes formas de atravesarlas: con fe, discernimiento, valentía, voluntad, esperanza, aceptación, y con lo opuesto: descreimiento, ignorancia, cobardía, desgano, desesperación o negación, o con la combinación de varias de estas formas. Lo indiscutible es que estas puertas deberán ser atravesadas, no una vez, sino muchas. Tomando pues al dolor como maestro, debemos ver qué podemos aprender de él y descubrir qué enseñanza tiene para brindarnos. Si no aceptamos su enseñanza, vendrá la reclusión llamada sufrimiento.


Que tus futuras alegrías no maten mi recuerdo, pero que mi recuerdo no mate tus futuras alegrías. Esto fue especulado por un marido que acababa de enterrar a su mujer y que pensó que eso era lo que ella le diría. Y el mismo sigue diciendo. En medio de este atolladero de angustia encontré la fuerza para luchar y salir adelante. Me di cuenta que mi esposa no me hubiera querido así, algo me hizo arrancar y aferrarme al amor.

viernes, noviembre 12, 2010

Capítulo 12 - Diez pasos prácticos para adaptarse al duelo


Del libro: Dolor y sufrimiento



El proceso de adaptarse a las pérdidas se aprende a lo largo de toda la vida. Parte de las tareas por cumplir son los pasos prácticos elaborados por escritores e investigadores en el tema. Estos pueden sintetizarse como sigue:





  1. Tomarse en serio las pequeñas pérdidas dedicando tiempo a mostrar que nos preocupamos por un amigo que se muda lejos de nosotros o vivir la tristeza que sentimos cuando dejamos una casa que se ha quedado grande o pequeña para nuestras necesidades. Nos damos a nosotros mismos la oportunidad para ensayar nuestra adaptación a las pérdidas importantes de nuestra vida, de un modo parecido podemos utilizar la muerte de un simple pececillo de colores como una oportunidad para aprender, instruyendo a los niños sobre el significado de la muerte y su lugar en la vida, preparándoles para futuras pérdidas.

  2. Tomarse tiempo para sentir. Esto lleva a encontrar algunos momentos para estar solo y sin distracciones, escribir o reflexionar ampliando la comprensión y pudiendo llegar a una sensación de alivio.

  3. Encontrar formas sanas de descargar el estrés. Como dominarlo a través de la actividad, el ejercicio, el entrenamiento en relajación o la oración.

  4. Dar sentido a la pérdida. En lugar de intentar quitarnos de la cabeza cualquier pensamiento sobre la pérdida es mejor que nos permitamos obsesionarnos con ella, intentando desterrar las imágenes dolorosas conseguimos darle más poder.

  5. Confiar en alguien. Las cargas compartidas son menos pesadas, para ello están los amigos, los familiares, los religiosos, los terapeutas, etc.

  6. Dejar a un lado la necesidad de controlar a los demás. Las otras personas afectadas por la pérdida tienen su propia manera de elaborarlo, no las obliguemos a que se adapten a nuestro camino.

  7. Ritualizar la pérdida de modo que tenga sentido para nosotros. Si el funeral que se ha celebrado por el fallecimiento de nuestro ser querido no nos ha satisfecho, podemos preparar un acto que satisfaga nuestras necesidades.

  8. No rechazar el cambio. Las pérdidas de personas y roles que ocupan un papel central en nuestras vidas nos transforman para siempre, lo mejor es abrazar estos cambios.

  9. Cosechar la experiencia ganada. La pérdida hace que revisemos nuestras prioridades vitales y podemos buscar oportunidades para aplicar lo que nos enseña esta pérdida.

  10. Centrarse en las propias condiciones religiosas. Podemos utilizar la pérdida como una oportunidad para revisar y renovarlas .

jueves, noviembre 11, 2010

Capítulo 11.1 - Duelo y depresión

Del libro: Dolor y sufrimiento



Muchas de las conductas normales en un duelo pueden padecer iguales a las manifestaciones de la depresión.
La depresión o melancolía es una forma patológica de duelo y es muy parecida al duelo normal pero con ciertos rasgos propios, los impulsos de enfado hacia la persona querida de manera ambivalente se dirigen hacia dentro de uno mismo.
Muchas depresiones las producen las pérdidas ya sea inmediata, después de la misma o algún tiempo después cuando el paciente las recuerda. La depresión puede servir también como defensa frente al duelo. Si el enfado se dirige hacia sí mismo, se desvía del fallecido y éste evita que el superviviente se tenga que enfrentar a los sentimientos ambivalentes hacia el fallecido.
Aunque la mayoría de las depresiones en el duelo son transitorias y no requiere atención profesional, existe un reconocimiento creciente de que algunas depresiones, especialmente aquellas que persisten durante el primer año de duelo, son clínicamente significativas.
Se ha usado mucha medicación antidepresiva para tratar pacientes graves cuya depresión persistía mucho en el curso del duelo y no se solucionaba espontáneamente o no respondía a intervenciones interpersonales. Estas eran normalmente personas que tenían una historia de depresión o algún otro tipo de trastorno mental. Se encontró mejoras en los trastornos del sueño y la alimentación, así como una mejoría en el estado de ánimo y en la cognición, esta respuesta sugiere una dimensión biológica de la depresión.




DETERMINANTES DEL DUELO




Aunque la experiencia de duelo está relacionada con el nivel evolutivo y las cuestiones conflictivas que la persona están implicadas, los determinantes más importantes parecen estar dentro de las seis categorías siguientes.




1.- Quién era la persona.
2.- La naturaleza del apego.
3.- El tipo de muerte: natural, accidental, suicidio u homicidio.
4.- Los antecedentes históricos, si ha tenido pérdidas anteriores y como se elaboraron dichos duelos.
5.- Es importante conocer la historia de salud mental previa a la persona.
6.- Es frecuente que aquellas personas que han padecido de depresiones anteriores sufran más elaborando el duelo.




Las variables de personalidad, la variable incluye edad y el sexo, la inhibición de sentimientos que tiene como maneja la ansiedad, como afronta las situaciones estresantes. Si son personas muy dependientes o han tenido relaciones tempranas complicadas. Las personas diagnosticadas de ciertos trastornos de personalidad pueden pasar momentos difíciles al manejar las pérdidas, especialmente es cierto esto con las personas con trastorno de personalidad borderline o narcisisticas.




Las variables sociales, la subcultura étnica y social son sólo dos entre muchas, hay formas de enfrentar el duelo en cada cultura y se han de conocer los antecedentes sociales étnicos y religiosos del superviviente.




Otro determinante del duelo es otros tipos de estrés simultáneos, cambios simultáneos y crisis que surgen después de la muerte, incluyendo graves cambios económicos.
Parkes define cuatro fases en el duelo:




1.- Período de insensibilidad que se produce en momentos cercanos a la pérdida, ayuda a desatender el hecho de la pérdida al menos durante un breve período de tiempo.
2.- Fase de anhelo. Se anhela que la persona perdida vuelva y tienda a negar la permanencia de la pérdida. La rabia juega una parte importante en esta fase.
3.- Fase de desorganización y desespero. La persona en duelo encuentra difícil funcionar en su medio.
4.- Fase de conducta reorganizada. Empieza a superar su vida.


Capítulo 11 - El duelo complicado

Del libro: Dolor y sufrimiento

¿Por qué fracasa la gente al elaborar un duelo?
Factores relacionales.

Las variables relacionales definen el tipo de relación que tiene la persona con el fallecido. La relación con ambivalencia, hostilidad no expresada, impide que la gente elabore su duelo. Admitir la pérdida supone admitir la pérdida de una parte de sí mismo si muchas veces es negada.

Muchas veces la muerte puede volver a abrir viejas heridas, la investigación sobre abuso ha mostrado que las víctimas sufren de baja autoestima y estilos atribucionales auto-culpadores. Esta sensación de culpa puede reaparecer durante y después de la muerte que lleva a la persona a formas de duelo más complicadas.

Una persona que tiene una relación muy dependiente y pierde la fuente de dicha dependencia, experimenta un cambio de auto-imagen de persona fuerte bien sostenida por la relación con la otra persona a la estructura pre-existente de débil, de niño abandonado e impotente suplicando en vano que le rescate la persona perdida o que la ha abandonado. En la persona que pierde una relación demasiado dependiente los sentimientos de impotencia tienden a desbordar cualquier otro sentimiento o cualquier capacidad para compensar este auto-concepto negativo con uno más positivo.

Factores circunstanciales.

Cuando la pérdida es incierta, por ejemplo un soldado desaparecido en acto de servicio, o cuando hay pérdidas múltiples como por ejemplo en los terremotos, en los incendios o los accidentes de avión o cuando mueren en un accidente varios miembros de una familia.
Factores históricos.

Las personas que han tenido duelos complicados en el pasado tienen una posibilidad mayor de tenerlos en el presente. Las separaciones del pasado tienen un impacto en las pérdidas y las separaciones y los apegos actuales y todos estos factores tienen que ver con el miedo a futuras pérdidas y separaciones y con la capacidad para establecer apegos en el futuro.
Un área de particular interés es la influencia de la pérdida parental temprana en el desarrollo de duelos complicados posteriores. La pérdida parental temprana es tan importante como la relación padre-hijo en la infancia. Existe cierta evidencia que las personas que experimentan duelos complicados se sintieron inseguras en sus apegos de la infancia y eran ambivalentes respecto a su madre, su primer objeto de amor.

Factores de personalidad.

Hay personas incapaces de tolerar el malestar emocional extremo así es que se aíslan para defenderse de dichos sentimientos intensos, sin embargo, debido a s u incapacidad para tolerarlos, hacen un corto circuito en el proceso y desarrollan un duelo complicado.

Aquellos cuya personalidad no tolera los sentimientos de dependencia tendrán un duelo complicado.
Aquellas personas en las que parte de su auto-concepto incluye ser la fuerte de la familia, puede necesitar representar ese papel en su propio beneficio. Las personas fuertes suelen estar reforzadas socialmente y no se permiten a sí mismas experimentar los sentimientos que se requieren para una solución adecuada de la pérdida.

Factores sociales.

El duelo es realmente un proceso social y se enfrenta mejor en un contexto en que la gente se puede apoyar y reforzar mutuamente en su pérdida.
Hay tres situaciones que pueden presagiar o dar lugar a un duelo complicado:
No se puede hablar socialmente de la pérdida. Las conspiraciones del silencio hacen mucho daño en el superviviente que puede que necesite comunicarse con los demás para resolver su propio duelo.

La negación social de la pérdida. Cuando la persona y los que están a su alrededor actúan como si la pérdida no hubiera ocurrido, un ejemplo es la manera en que algunas personas afrontan el aborto, la pérdida se ha de elaborar y si no se hace puede salir a la superficie más adelante en otras situaciones.

La ausencia de una red social de apoyo. El tipo de matriz de apoyo incluye a las personas que conocían al fallecido y que se pueden dar apoyo mutuo.


Seguir leyendo: "Duelo y depresión"

miércoles, noviembre 10, 2010

Capítulo 10.1 - Que se debe hacer o no cuando se ayuda a una persona en duelo

Del libro : Dolor y sufrimiento




Cosas que no deben hacerse:

  • Obligar a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir un papel diciendo “lo estás haciendo muy bien”, demos dejar que la persona tenga sentimientos perturbadores, sin tener la sensación que nos está defraudando.
  • Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida que tiene que hacer. En el mejor de los casos esto refuerza la sensación de incapacidad de la persona y en el peor nuestro consejo puede ser contraproducente.
  • Decir “llámame si necesitas algo”. Este ofrecimiento suele dejarse pasar ya que la persona que ha sufrido la pérdida capta la idea que el deseo implícito es que no se pongan en contacto con nosotros.
  • Sugerir que el tiempo cura todas las heridas, las heridas de la pérdida no se curan nunca por completo y el trabajo del duelo es más activo de lo que sugiere esta frase.
  • Intentar que la persona se dé prisa en superar el dolor animándola a ocupar su tiempo y a regalar las posesiones del difunto. El trabajo del duelo requiere tiempo y paciencia y no puede hacerse en un plazo fijo.
Cosas que deben hacerse:

  • Abrir las puertas a la comunicación. Si no sabe qué decir pregunta ¿cómo estás hoy?, o “he estado pensando en ti”, ¿cómo te está yendo?.
  • Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%. Hay muy pocas personas que se toman el
    tiempo necesario para escuchar las preocupaciones más profundas de otro individuo.
  • Ofrecer ayudas concretas y tomar iniciativas de llamar a la persona.
  • Estar ahí acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar, aparte de la autenticidad y el cuidado.
  • Ser paciente con la historia de la persona que ha sufrido la pérdida y permitirle compartir sus recuerdos del ser querido, esto fomenta una continuidad saludable en la orientación de la persona a un futuro que ha quedado transformado por la pérdida.

Capítulo 10 - Reacciones normales en el duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento



El duelo no complicado


El duelo no complicado El duelo normal o duelo no complicado abarca un amplio rango de sentimientos y conductas que son normales después de una pérdida. Las características generales del duelo normal o agudo son: algún tipo de malestar somático o corporal, preocupación por la imagen del fallecido, culpa relacionada con el fallecido con las circunstancias de la muerte, reacciones hostiles, incapacidad para funcionar como lo hacía antes de la pérdida parecen desarrollar rasgos del fallecido en su propia conducta. Debido a que la lista de comportamientos normales en un duelo es tan extensa y variada, estas conductas se pueden dividir en cuatro categorías generales: sentimientos, sensaciones físicas, cogniciones y conductas.

Las manifestaciones del duelo normal respecto a sentimientos son: tristeza, enfado, culpa o auto-reproche, ansiedad.

La tristeza se manifiesta a través de la conducta del llorar y es el sentimiento más común. El enfado puede ser lo más desconcertante para un superviviente ya que éste está a la base de muchos problemas del proceso de duelo y proviene de dos fuentes, una sensación de frustración ante el hecho que no había nada que se pudiera hacer para evitar la muerte y de una especie de experiencia regresiva que se produce después de la pérdida de un ser cercano.

La culpa o auto-reproche por no haber sido suficientemente amable o no haber llevado antes a la persona hospital. La culpa se manifiesta respecto a algo que ocurrió o a algo que se descuidó.

La ansiedad puede oscilar desde una ligera sensación de inseguridad a fuertes ataques de pánico. Provienen normalmente de dos fuentes, los supervivientes temen que no podrán cuidar de sí mismo solos y la ansiedad se relaciona con una conciencia más intensa de la de la sensación de peligro y de muerte personal.

Soledad, es otro sentimiento del que ha perdido al cónyuge y suele tener esa sensación día a día.

Fatiga, a veces se puede experimentar como apatía o indiferencia. La impotencia se presenta a menudo en las primeras fases de la pérdida, shock es lo que se presenta frente a muertes repentinas, anhelan la vuelta a lo anterior, insensibilidad, ausencia de sentimientos y finalmente alivio, pero esta sensación de alivio la acompaña una sensación de culpa.

Las sensaciones físicas son: vacío en el estómago, presión del pecho, presión en la garganta, hipersensibilidad al ruido, sensación de despersonalización, falta de aire, debilidad muscular, falta de energía, sequedad en la boca.

Las cogniciones son ciertos pensamientos que surgen en las primeras fases del duelo y generalmente desaparecen después de un breve espacio, estos son:

La incredulidad. La confusión. Preocupación.


Sentido de presencia, que es el equivalente cognitivo de la presencia de anhelo. La persona en duelo puede pensar que el fallecido aún está de alguna manera en la dimensión de espacio y tiempo de los vivos.


Finalmente alucinaciones, tanto visuales como auditivas, suelen ser experiencias ilusorias, pasajeras, generalmente no presagian una experiencia de duelo más difícil o complicada.


Las conductas:

Trastornos del dueño. Trastornos alimentarios. Conducta distraída. Aislamiento social. Soñar con el fallecido. Evitar recordatorios de él Buscar y llamar a la persona en voz alta. Suspirar. Hiperactividad desasosegada. Llorar. Visitar lugares o llevar consigo objetos que recuerden al fallecido, que es lo opuesto a evitar los recuerdos de la persona, atesorar objetos que pertenecían a él.


martes, noviembre 09, 2010

Capítulo 9 - Las cuatro tareas del duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento


1.- Aceptar la realidad de la pérdida.
Siempre existe un primer momento en que uno niega la realidad, pero lo importante es no pasar a un engaño total, sino que sentir una pequeña y ligera distorsión. Luego, negar el significado de la pérdida, de esta manera la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente es, practicando olvido selectivo.
Un elemento que lleva a aceptar la realidad de la pérdida es aceptar que la muerte sea irreversible. Aquellos que no aceptan la irreversibilidad de la muerte practicando, ya sea espiritismo u otras técnicas similares, viven falseando una sucesión de hechos reales, lo que en el fondo los hace vivir dentro de una ficción estrechándoles la conciencia e impidiéndoles ver la realidad.
Intentar negar la realidad de la muerte es una tarea que lleva tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación, los que no están presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de muerte súbita, especialmente si los sobrevivientes no ven el cuerpo del fallecido.

2.- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.
Hay personas que evitan sentir y hacen un corto circuito frente a la realidad de la muerte, bloqueando sus sentimientos, ignorando el dolor que está presente. A veces, entorpecen el proceso evitando pensamientos dolorosos, utilizan procedimientos de detención de estos pensamientos para evitar sentir la disforia asociada a la pérdida.
Otros intentan una cura geográfica viajando de un lugar a otro, sintiendo que así el dolor va a pasar.
Bowlby dice “antes o después, aquellos que evitan todo dolor consciente sufren un colapso habitualmente en forma de depresión”. Uno de los propósitos del asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que la persona no arrastre el dolor a lo largo de su vida, es decir, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida es el camino hacia la sanación.

3.- Adaptarse a un medio en que el fallecido está ausente.
Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba.
Este darse cuenta empieza muchas veces alrededor de tres meses después de la pérdida e implica asumir vivir solo, educar a los hijos solo, enfrentarse a una casa vacía, manejar la economía en caso de una viuda.
Muchos sobrevivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaba su pareja.
No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida, la persona busca significado para darle sentido a esta pérdida y para recuperar cierto control.
Detener la tarea tres es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la mayoría no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles a los que no está acostumbrada, desarrolla habilidades que nunca había tenido y sigue adelante con un nuevo sentido del mundo.

4.- Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.
Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia excepto mediante actos psíquicos que hieren nuestra propia identidad.
La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de renunciar al cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja un espacio para los demás.
Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos de no volver a querer nunca más.
El duelo acabaría cuando se han completado las cuatro tareas. Un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la persona es capaz de pensar en el fallecido sin dolor, siempre hay una sensación de tristeza cuando piensan en alguien que ha querido y ha perdido, pero es un tipo de tristeza diferente, no tiene la cualidad de sacudida que tenía previamente. Se puede pensar en el fallecido sin manifestaciones físicas como llanto intenso o sensación de opresión en el pecho. Además, el duelo acaba cuando una persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos.
El duelo se puede acabar, en cierto sentido, cuando la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos horizontes.

lunes, noviembre 08, 2010

Capítulo 8 - Duelo en los ancianos y en personas con problemas Mentales.


Del Libro: Dolor y Sufrimiento


“El que muere no puede llevarse nada de lo que consiguió, pero se lleva con seguridad todo lo que dio” (Menapace).

Los procesos de duelo tienen una serie de factores comunes independientes de la edad, de ahí que no se debe ignorar el duelo de una persona anciana ni menos disminuirle su importancia por su cercanía natural a la muerte.

En el caso de personas de edad avanzada que han perdido a su pareja, probablemente lleven una serie de duelos ya vividos que les faciliten entender cómo enfrentar el proceso de vivir sin la pareja. Seguramente, pueden percibir un mayor sentimiento de soledad debido a la pérdida paulatina de familiares y/o amistades, y a las alteraciones en las relaciones sociales producidas por el tiempo dedicado a la persona enferma o por las limitaciones físicas propias de la vejez. Debemos recordar que el hacerlos sentirse acompañados favorecerá en buena medida su proceso de recuperación.

Aspectos a tener en cuenta y sugerencias respecto al duelo en personas con problemas mentales.

Existe otro grupo de personas vulnerables a las que generalmente no se tiene en consideración y a menudo se infravalora su capacidad para implicarse en el proceso. Es el caso de las personas con problemas mentales.

Las personas con trastorno mental generalmente suelen tener un papel secundario en el proceso del duelo, ya que generalmente se acostumbra a apartarlas de los cuidados de la persona enferma; incluso se suele tener la impresión de que no son conscientes de la realidad. Nada más erróneo, pues estas personas disponen de mucho tiempo para observar el comportamiento de los demás y hacerse una idea de lo que está ocurriendo. Aunque parezca que están ausentes o aunque tengan poco protagonismo, también sufren y necesitan de quienes les rodean.

Tanto es así, y dada su particular sensibilidad, que estas personas a veces pueden sentirse responsables de algunas crisis familiares. Por esta razón, podría darse en ellas el sentimiento de que son culpables de la enfermedad y consecuentemente del fallecimiento de su familiar.
Al igual que con los niños es conveniente mantener con ellas diálogos informales, haciendo comentarios indirectos que sean esclarecedores, como por ejemplo, hablar de la enfermedad y las causas que la provocan, comunicar los propios sentimientos, favorecer su participación en los rituales y recordar todos aquellos vínculos o momentos positivos vividos entre ellas y la persona fallecida.

En situaciones de un elevado trastorno o modificación severa de los hábitos es conveniente consultar con un especialista.