sábado, noviembre 06, 2010

Capítulo 6 - El duelo de los niños



Del Libro: Dolor y Sufrimiento

La forma de abordar y comprender el duelo depende de aspectos tales como la edad de las personas, el nivel de desarrollo que estas alcancen, la educación cursada, la religión que profesen o no, etc.
A continuación quiero presentar algunas características particulares de los miembros de una familia que pueden ser más vulnerables a la pérdida de un ser querido.

Los Niños

En los niños, las manifestaciones de duelo normales pueden presentarse inmediatamente después de la pérdida o pasado un tiempo de la misma; las más frecuentes son las siguientes:
  • Conmoción y confusión ante la pérdida de un ser querido.
  • Ira manifestada en juegos violentos, pesadillas e irritabilidad.
  • Enojo hacia los demás miembros de la familia.
  • Temor o miedo a perder al padre o a la madre que aún sigue vivo.
  • Vuelta a etapas anteriores del desarrollo, lo que implique que actúe de manera más infantil y exija más comida, más atención, más cariño, e incluso llegue a hablar como un bebé.
  • Tristeza que puede manifestarse en insomnio, pérdida de apetito, miedo prolongado a estar solo, falta de interés por las cosas que antes le motivaban, disminución acentuada en el rendimiento escolar y el deseo de irse con la persona fallecida.


En algunas ocasiones, los niños que enfrentan un duelo pueden creer que son los culpables de la muerte de su familiar por cosas que han dicho, hecho o deseado, por ejemplo, haber manifestado expresiones como: “no quiero volver a verte”, “ándate” o “te odio”.

Antes de los tres años, los niños no son capaces de comprender el concepto del duelo y tratan de entenderlo a través de juegos.

Desde los tres hasta los cinco años, los niños niegan la muerte como un hecho formal y la perciben como reversible. La muerte es estar menos vivo y puede ser vista como una pérdida o separación. También la pueden concebir como algo provisional: creen que la persona que ha fallecido puede volver en cualquier momento; o pueden considerar que la persona muerta sigue comiendo, respirando, existiendo y que algún día se despertará.


Desde los cuatro hasta los seis años malinterpretan hechos superficiales relacionados con la muerte como temibles. Visitar hospitales puede ser angustioso para ellos, por lo que evitan ir a esos lugares, ya que de ese modo se alejan de la muerte. Desde los cinco hasta los nueve años comienzan a comprender lo definitivo de la muerte: se muere debido a si se dan ciertas circunstancias para ello (como enfermarse, sufrir un accidente automovilístico, etc.); sin que se den esas circunstancias no hay muerte. Ven la muerte como algo que le sucede a otros y no a ellos. La muerte es algo personal y atemoriza.

Desde los diez hasta los doce se produce la comprensión como un hecho real y con carga emocional, como el acontecimiento final e inevitable que surge de la cesación del funcionamiento del cuerpo.

Algunas sugerencias para ayudar al niño en el duelo

Ser completamente honesto: acompañar a un niño en duelo significa ante todo no apartarle de la realidad que está viviendo. Los niños son sensibles a la reacción de los adultos; se dan cuenta de que algo pasa y eso les afecta.

Cuándo y cómo dar la noticia: aunque resulte muy doloroso y difícil es mejor informarles de lo sucedido lo antes posible, buscar un momento y un lugar adecuado, explicarles lo ocurrido con palabras sencillas y sinceras.

Explicar cómo ocurrió la muerte: procurar hacerlo con pocas palabras. Qué podemos decirles si nos preguntan ¿por qué? Es bueno que sepan que todos los seres tienen que morir algún día y que a todo el mundo le ocurre.

Para que el niño entienda qué es la muerte, puede ser útil hacer referencia a los muchos momentos de la vida cotidiana donde la muerte está presente, como por ejemplo: lo que sucede con los animales y las plantas.

Permitir que el niño participe en los ritos funerarios. Es importante darle la oportunidad al menor de asistir y participar, si así lo desea, en el velorio, el funeral, el entierro. Tomar parte en estos actos puede ayudarle a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor el proceso de duelo. Es aconsejable explicarle con antelación qué verá, qué escuchará y el por qué de estos ritos.

Permitirle ver el cadáver si quiere. Realizar esta experiencia siempre acompañado de un familiar o persona cercana. Muchos niños tienen ideas falsas respecto del cuerpo. De ahí que es fundamental insistir en que la muerte no es una especie de sueño y que el cuerpo no volverá ya a despertarse.

Antes de que vea el cadáver, explíquele dónde estará el cuerpo del difunto y qué aspecto tendrá. Lo ideal sería tener un momento de tranquilidad e intimidad con él. De no querer el niño ver a la persona fallecida ni tampoco participar en el acto fúnebre, no lo obligue ni haga que se sienta culpable por no haber participado.

Animarlo a expresar lo que siente. Los niños viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada. Si la familia acepta estos sentimientos, él los expresará más fácilmente y le ayudará a vivir de manera adecuada la separación. Frases como “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente” no son recomendables, porque a veces pueden cortar la libre expresión de las emociones y por tanto el desahogo.

En los niños la expresión del sufrimiento por la pérdida no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como los adultos, sino que es más frecuente apreciar cambios en el carácter, cambios en el humor, disminución del rendimiento escolar, alteraciones de la alimentación y del sueño.

Mantenerse física y emocionalmente cerca del niño. Permitirle estar cerca, sentarse a su lado, sostenerlo en brazos, escucharlo, llorar con él, abrazarlo e incluso dejarlo dormir cerca, aunque es mejor que no sea en la misma cama.

Buscar momentos para estar separados. Dejarlo solo en su habitación y permitirle salir a jugar con un amigo.

Es bueno decirle que aunque estamos muy tristes por lo ocurrido, vamos a seguir ocupándonos de él lo mejor posible.

Lo que más ayuda a los niños frente a las pérdidas es recuperar el ritmo cotidiano de sus actividades: retomar las clases (no es buen momento para cambiarlo de colegio), frecuentar a sus amigos y a personas queridas, realizar juegos familiares, etc. En este sentido es bueno garantizarle el máximo de estabilidad posible. Y asegurarle que el cariño por la persona fallecida nunca se extinguirá y que nunca la olvidarán.

Estar atento a la aparición de un signo de alerta como:

  • Exceso de llanto durante períodos prolongados.
  • Rabietas frecuentes y prologadas.
  • Apatía e insensibilidad.
  • Un período prolongado en que el niño pierde interés por los amigos y actividades que solían gustarle.
  • Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
  • Miedo a quedarse solo.
  • Comportamiento infantil durante un tiempo prolongado, por ejemplo: orinarse, hablar como bebé, pedir comida a menudo.
  • Frecuentes dolores de cabeza o incluso acompañados de otras dolencias físicas.
  • Imitación excesiva de la persona fallecida y expresiones repetidas de la voluntad de reencontrarse con él.
  • Importantes cambios en el rendimiento escolar y el deseo de no querer ir a la escuela.

La presencia prolongada de uno o varios de estos signos puede indicar la existencia de una depresión o un sentimiento de dolor sin resolver. Pida ayuda a un profesional para que valore la situación, facilite la aceptación de la muerte y asesore a la familia en el proceso de duelo.

Duelo Traumático

Luego de perder a alguien significativo, los niños pueden vivir un duelo más fuerte que el usual, y tener respuestas y síntomas similares a las situaciones postraumáticas. Estas respuestas son más comunes en muertes súbitas o en accidentes sangrientos.
Si bien, no todos los niños tienen reacciones postraumáticas, hay que estar atentos a éstas para no descuidar la presencia de síntomas que interfieran en las actividades diarias, como el estar con los amigos y responder a las tareas escolares.
Los síntomas traumáticos en un niño en duelo pueden abarcar pensamientos súbitos sobre el desaparecido o muerto, padecer pesadillas, no poder dejar de pensar en el hecho traumático e imaginar su sufrimiento, o imaginar que se es la víctima y tratar de revertir el hecho.
Por otro lado, evitan pensar en quien murió, no quieren ver fotografías, no desean ir al cementerio ni aceptan hablar de la persona fallecida.
Asimismo, se manifiesta en el niño un aumento en su actividad, se lo ve movedizo e inquieto todo el tiempo, duerme poco, explota fácilmente con fuerza, experimenta cambios bruscos de ánimo, se pone irritable, agresivo, y suele tener miedo. Se nota un cambio notorio en su estado de ánimo. Si observa alguno de estos síntomas, pida ayuda psicológica o médica.
Otra reacción negativa es que el niño puede idealizar al muerto y lo tome como modelo, incluso puede comportarse como él.
Por su parte, los padres pueden tener dificultades para hablar del muerto ante los niños por sentirlos muy jóvenes para entender este trágico fenómeno o simplemente por querer protegerlos. Se puede crear un tema tabú sobre la muerte, especialmente si sucede a los pocos días de nacer. Pero hay que tener en cuenta que lo que el niño pueda escuchar por fuera de su familia es factible de causarle una conmoción y probablemente se haga la idea de que no es bueno hablar de sentimientos y por tanto los esconda. Esto puede conducir a síntomas bastante molestos y persistentes.
Si el niño no llora o no habla de la persona fallecida con pena, o si juega a morir y a resucitar, no quiere decir que esté viviendo patológicamente el duelo, sino que se trata más bien de querer seguir siendo niño y no estar psíquicamente capacitado para aprender el difícil y misterioso fenómeno de la muerte.

miércoles, noviembre 03, 2010

Capítulo 5 - Distintas clases de duelos

Del libro: Dolor y sufrimiento


El duelo complicado, anormal o patológico es la intensificación del duelo al nivel en que la persona está desbordada y recurre a conductas desadaptativas (como por ejemplo, permanecer en estado de duelo por prolongados períodos de tiempo sin salir del estado catastrófico ni modificar su ánimo en ningún momento, vivir como si se estuviera suspendido en el tiempo), permaneciendo en este estado sin avanzar hacia una resolución del mismo. Hay varias maneras de hacer un perfil del duelo complicado, uno de los paradigmas más útiles los describe en cuatro categorías: duelo crónico, duelo retrasado, duelo exagerado, duelo enmascarado.

Duelo crónico
Es aquel que tiene una duración excesiva y nunca llega a una conclusión satisfactoria. Para algunos, el tratamiento requerirá que afronten el hecho de que la persona se ha ido y no volverá nunca. Para otros, puede ser una ayuda aclarar y confrontar los sentimientos confusos y ambivalentes hacia el fallecido. Algunas personas con duelo crónico pueden anhelar una relación que nunca fue pero que podría haber sido. Para aquellos que tenían una relación muy dependiente con el fallecido, parte de la intervención puede consistir en ayudarle a adaptarse a la ausencia del ser querido y a desarrollar sus propias habilidades.
Para los que tienen muchas necesidades de apego la pérdida les hace sentir inseguros e incapaces de elaborarla solos. Un duelo crónico y prolongado requiere que el terapeuta y el cliente evalúen qué tareas no se han resuelto y por qué. La intervención se centra en la resolución de dichas tareas.

Duelo retrasado
Se llaman a veces inhibidos, suprimidos y pospuestos. La persona puede haber tenido una reacción emocional en el momento de la pérdida pero no fue suficiente. En un momento del futuro la persona puede experimentar los síntomas del duelo respecto a una pérdida posterior inmediata, pero la intensidad del duelo parece excesiva. La persona, generalmente, tiene la impresión clara de que la respuesta que experimenta es exagerada respecto a la situación.
Los sentimientos desbordantes que se tienen en el momento de la pérdida pueden hacer que la persona retrase su duelo, esto se produce, por ejemplo, en el caso de una muerte por suicidio. Otro tipo de pérdidas también pueden estimular el duelo retrasado.
Las reacciones retrasadas no sólo se pueden desencadenar con una pérdida sino también viendo a otra persona que ha sufrido una pérdida o viendo una película, la televisión o cualquier otro acontecimiento en un medio de comunicación en que el tema principal sea pérdida.
El duelo exagerado
La persona que experimenta la intensificación de un duelo normal se siente desbordada y recurre a conductas desadaptativas como: la depresión clínica posterior a una pérdida, la ansiedad cuando se experimenta en forma de ataques de pánico o conductas fóbicas, el abuso de alcohol y otras substancias también podrían incluirse en el duelo exagerado.
Hay algunos que sufren una pérdida de naturaleza catastrófica y desarrollan signos y síntomas de trastornos de estrés post-traumático, este trastorno se incluye en el duelo exagerado.

Duelo enmascarado
Las reacciones del duelo enmascarado son interesantes en aquellos pacientes que experimentan síntomas y conductas que les causan dificultades pero no se dan cuenta ni reconocen que están relacionados con la pérdida. Desarrollan síntomas no afectivos o síntomas que se ven como los equivalentes afectivos del duelo.
Aparece de una de las dos maneras siguientes: enmascarado como síntoma físico o a través de algún tipo de conducta aberrante o desadaptativa. Las personas que no se permiten a sí mismas experimentar el duelo directamente pueden desarrollar síntomas médicos similares a los que exhibía el fallecido o algún otro tipo de queja psicosomática.

martes, noviembre 02, 2010

Capítulo 4 - Cómo acompañar en el duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis


Una de las formas habituales que tenemos de actuar cuando deseamos acompañar a una persona que está en duelo, es pedirle que salga rápidamente del estado de pena o rabia en que se encuentra.
El resultado de esta conducta es negativo y pone a la persona inmediatamente a la defensiva y deja de prestar atención a lo que escucha. De ahí que haya personas que no son la compañía más adecuada para alguien que está en duelo. En general, se reconocen porque dicen frases o expresan sentimientos que provocan dolor o confusión en el otro.

Cada vez que le pedimos a una persona que sea diferente a como es o que sienta distinto a como está sintiendo, ponemos al otro en una actitud de negar su realidad, produciéndole confusión y angustia.
Otra manera no adecuada de acompañar al deudo es minimizar la pérdida, diciendo frases tan lamentables como: “Menos mal que tuvo una larga vida” o “hay muchas personas que mueren más jóvenes que él”. Este tipo de frases denota poca sintonía y empatía con aquel al que estamos acompañando en su duelo. Muchas veces estas palabras se explican porque surgen de la angustia o nerviosismo personal del acompañante que lo inhabilita para decir frases con mayor sentido o sensibilidad.

Ejemplo de lo anterior es el comportamiento generalizado entre aquellos que acompañan a alguien que está en duelo: tratar de alegrarlos contándoles hechos graciosos. Esto expresa la intranquilidad del acompañante para tolerar la tristeza o el dolor por un período prolongado de tiempo.

A aquel que está sufriendo debe permitírsele experimentar su pena en su total dimensión. Él o ella estará realmente agradecido(a) de aquellos que pueden sentarse a su lado sin decirles lo que tienen que hacer ni pedirles que no estén tristes.

El consejo que uno podría darle a una persona en duelo es que no permita que nadie le desvalorice la importancia de sus sentimientos de rabia o depresión tratando de cambiárselos. Cualquier sentimiento debe ser aceptado, ya que son formas de defensa de la integridad del yo del sufriente. Muchas veces, las personas que están sufriendo se ponen irritables, desean permanecer en cama, no moverse, expresan todo en forma tensa, no pueden concentrarse y se sienten incapaces para iniciar cualquier actividad. Estas conductas no deben ser criticadas, sino por el contrario respetadas y entendidas.

Tener un acercamiento crítico en esos momentos es como prender un botón de alarma, que puede llevar a la persona a profundizar sus sentimientos de dolor y de rabia, dirigiéndolos contra aquel que no es capaz de comprender o compartir los sentimientos reales que la embargan.

Son frases desafortunadas, que más molestan que consuelan, como por ejemplo: “Está en un mejor lugar”, “todo tiene alguna explicación…”. A quien ha perdido un hijo: “Ahora pueden tener otro hijo” o “ella o él fueron tan buenas personas que Dios quiso tenerlos consigo” o “no era para este mundo”. No hay ninguna pérdida que pueda ser comparada con otra. Pedirle a una persona que está sufriendo que sea fuerte es una de las peores formas de acompañar el dolor. Existen maneras de expresar empatía con el dolor del otro que son más adecuadas en estas circunstancias, por ejemplo: “Lo siento tanto que no tengo palabras adecuadas para expresarlo”, “imagino cómo te sientes y estoy aquí para ayudarte en cualquier circunstancia” o “yo te voy a tener en mis pensamientos y plegarias”.

Una forma adecuada de acompañar a los deudos es haciendo recuerdos o contando alguna anécdota de la persona fallecida que lo describa en su mejor aspecto y señalar que este es el recuerdo favorito que se conserva de él o ella.

Las personas más indicadas para acompañar en el duelo son aquellas que evitan: controlar el dolor del otro, dirigir todo aquello que los rodea, racionalizar o tratar de explicar totalmente los hechos, actuar en forma enjuiciadora ante los problemas; no son indicados aquellos que minimizan las pérdidas y tratan de ponerle límite a la situación, sino quienes son capaces de aceptar los múltiples cambios de estado de ánimo que afectan a quienes están de duelo.

Apoyar en el duelo a los deudos implica no tratar de dirigir sus emociones o sentimientos, no introducir críticas ni pedir cambios de estado de ánimo a quien está sufriendo, no querer imponerles lo que tienen que hacer o sentir sino aceptar los sentimientos que afloran. Admitir que no pueden hacerlo mejor, es más adecuado que estar pidiendo al otro que cambie sus sentimientos.

Cómo se puede compartir
“El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo a cenizas” (Shakespeare).
En la sociedad actual difícilmente se le autoriza a los dolientes a expresar su pena en forma natural. Amigos y conocidos, al principio, pueden escuchar atentos e intentar consolar a la persona que está en duelo, pero poco a poco van volviendo a la rutina diaria y probablemente van modificando su actitud, exigiendo al doliente un cambio en su comportamiento y transmitiéndole mensajes como “la vida sigue”, “no te atormentes más” o “tienes que intentar olvidar”, “hay que salir y distraerse”. Se tiende a pensar que la pérdida hay que superarla rápidamente y sin ningún tipo de ayuda, aunque realmente no es así, el peso del dolor resulta más soportable mientras más espaldas carguen con él.

Capítulo 3 - Etapas del duelo

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis


Hay diversos autores que han planteado diferentes clasificaciones de las etapas del duelo. Estas propuestas han ido evolucionando desde hace cuatro décadas y, en general, han surgido de las distintas formas de ordenar las respuestas que se han observado en los deudos ante la desaparición de los seres queridos. Se plantean aquí cinco etapas, que se asemejan a aquellas enunciadas por Kübler-Ross y David Kessler en su estudio sobre pacientes terminales.
En resumen, se pueden presentar como: negación, rabia, negociación, depresión y aceptación.
Estas etapas son interpretaciones que nos ayudan a comprender los diferentes sentimientos y estados de ánimo por los que pasamos. Conocerlas puede constituir una herramienta para sobrellevar el dolor de la pérdida. Dado que el duelo es un proceso individual y personal, estas etapas nos permiten a su vez darle un sentido a lo que vayamos sintiendo a causa de la pérdida de algo o alguien significativo.
Entre los diferentes autores que se han planteado la existencia de etapas existe consenso en considerarlas un conocimiento necesario del duelo para lograr estar mejor preparados en el momento de afrontar las pérdidas.
En un primer momento caemos en un estado de shock que antecede brevemente a la negación, que viene a ser la primera etapa descrita.

La negación nos ayuda a sobrevivir la pérdida. La vida pierde sentido en ese momento, el mundo se vuelve agobiante, estamos en estado de shock y vacío. Enmudecemos, no sabemos hacia dónde vamos ni cuánto nos costará llegar ni cuándo vamos a salir. Tratamos de encontrar la forma para pasar los días.
La negación y el shock nos ayudan a hacer posible la supervivencia, a modular nuestros sentimientos paulatinamente y así, hacernos cargo de la pérdida en la medida en que podemos aceptarla. La negación nos ayuda a adecuarnos al ritmo de nuestros sentimientos de dolor.
Con el paso del tiempo todos los sentimientos que uno ha rechazado comienzan a salir a la superficie. Nos hemos vuelto más fuertes y las negaciones comienzan a debilitarse.

La rabia es una etapa necesaria para el proceso de curación. Mientras más realmente uno la sienta, más rápidamente comienza a disiparse el malestar y uno empieza a sentirse mejor.
La rabia no tiene límites. Esta se puede extender a amigos, doctores, familias, a uno mismo, a aquellos que lo quieren, al difunto e incluso a Dios. Es posible que uno se pregunte: ¿Dónde está Dios en esto? Subyacente a la rabia está el dolor, de sentirse dejado y abandonado.
Vivimos en una sociedad en donde la rabia aterroriza. Sin embargo, ella es una expresión de fuerza y puede darle estructura y significado temporal a la sensación de vacío. En un comienzo uno se siente como en un océano, sin conexión a nada. Repentinamente, se obtiene una estructura que la sostiene y la rabia pasa a ser un puente sobre el océano abierto, una conexión de uno con los demás que hay que mantenerla como pasajera, que es mejor que la nada que se experimenta a causa de ese vacío total que habita en nuestro interior. Paradójicamente, sabemos más acerca de cómo reprimir la rabia que de cómo sentirla. La rabia puede ser un indicador de la intensidad del cariño hacia la persona que no está.

La negociación es una etapa en que uno se siente capaz de hacer cualquier cosa para que la muerte sea una mentira. Después de la pérdida, la negociación comienza como una especie de trueque: ¿qué pasaría si por el resto de mi vida me dedicara a ayudar a los demás y yo despertara de esto y me diera cuenta de que todo ha sido un sueño? Y empezamos a meternos en una seguidilla de suposiciones: “si yo sólo”, “y si yo”, frases que nos llevan a sentir un poco de alivio al pedir algo a cambio de otra cosa. Queremos que la vida vuelva a ser como era antes, que nos restauren el pasado, queremos volver hacia atrás en el tiempo, haber reconocido la enfermedad antes o más rápidamente, parar el accidente antes que sucediera… Si sólo… si sólo… si… si…. Junto a estas suposiciones viene otra afirmación: “Haría cualquier cosa para no sentir el dolor que tengo”.
Se permanece en estas etapas por meses. Los sentimientos que acompañan a cada una de ellas tienden a permanecer, por lo que el paso de una a otra toma su tiempo conforme a cada persona. Así es como estas etapas no se viven en forma lineal o secuencial, sino que se producen en forma aleatoria: se puede sentir una emoción, volver atrás y luego adelantarse.

La depresión es la etapa que sucede a la negociación. Tras la negociación el duelo entra en nuestras vidas con un nivel incluso más profundo de lo que hemos percibido. Nuestra afectividad se hace más dolorosa, los sentimientos de vacío más reales. Esta etapa depresiva pareciese que fuera a durar para siempre y es importante comprender que esta depresión no es signo de una enfermedad mental, sino la respuesta apropiada a una pérdida. Nos retiramos de la vida y vivimos en una nebulosa, sin saber hacia dónde vamos. Aunque esta depresión puede ser vista como no natural, lo raro sería no sentirla.
El saber que no hay vuelta atrás puede producir una profunda pena, sin embargo, el duelo representa el proceso mismo de curación, lo que hace que la depresión sea una etapa necesaria. Es uno de los muchos pasos imprescindibles en este camino.

La aceptación a menudo se confunde con la noción de estar bien con lo que ha sucedido, y no es precisamente el caso. Si bien, muy pocas personas pueden sentirse bien luego de haber perdido a un ser querido, se hace indispensable aceptar la realidad de la pérdida de aquel con quien hemos estado unidos íntimamente. En esta etapa se acepta la realidad de que nuestro ser querido ha desaparecido físicamente y se reconoce que este hecho es permanente.
Hay que reconocer que esta es una nueva realidad que no queríamos, pero tenemos que aceptarla y aprender a vivir con ella. Nosotros también tenemos que cambiar, no podemos seguir siendo los mismos que éramos antes. El pasado no se puede rehacer, ha cambiado y tenemos que adaptarnos. Llegar a la aceptación significa pasar a vivir días mejores y que estos sean más numerosos que los malos.

En cuanto comenzamos a vivir de nuevo y a disfrutar de la vida, volvemos a sentir como si traicionáramos a aquel que quisimos. Nosotros no vamos a poder reemplazar lo que perdimos, pero podemos hacer nuevas conexiones, nuevas relaciones significativas, crear nuevas interdependencias. En vez de negar nuestros sentimientos debemos escuchar nuestras necesidades. Estamos en constante cambio, movimiento, crecimiento y evolución, por lo que podemos volver a mirar al resto del mundo e involucrarnos en sus vidas, interesarnos en nuestras amistades y relaciones, en otras palabras, volver a vivir. Pero, esto no se puede hacer hasta que el tiempo del duelo no haya terminado.

lunes, noviembre 01, 2010

Capítulo 2 - Todo comienza con el amor

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis


Únicamente aquellos que evitan el amor pueden evitar el dolor del duelo. Lo importante es crecer a través del duelo y seguir permaneciendo vulnerables al amor.
John Brantner

Quien decide amar tiene que estar preparado para sufrir, dice un antiguo cantar árabe. Y tiene razón, pues así lo vemos a diario: quienes amamos, perdemos y sufrimos, todo amor implica un “eventual dolor”, una eventual pérdida.

Todas las personas a lo largo de su vida experimentan el dolor y el sufrimiento en distintas ocasiones. Quién no ha sentido alguna vez la enfermedad, la soledad, el fracaso, la humillación. Nadie está a salvo de alguna desventura, de algún duelo, ni siquiera aquellas personas que se sienten felices y afortunadas. Todo aquello forma parte de la vida, es inherente al ser humano.
Un efecto “positivo” del dolor es que permite tomar conciencia de las limitaciones ante la vida. Darnos cuenta de que no todo depende de uno, sino que existen imprevistos que alteran la vida completa y profundamente, situándolo a uno en situaciones límites frente a las cuales se siente sobrepasado. Al respecto, resulta útil repasar en este momento la parábola budista de la semilla de sésamo:

Una joven y afligida madre, lamentando la muerte de su bebé, busca consejo en Buda. La mujer le explica a éste su insoportable pesar y su incapacidad para reponerse a esa devastadora pérdida. Buda le pide que llame a todas las puertas del pueblo y pida una semilla de sésamo en cada casa en la que no se haya conocido la muerte y el dolor. Después, deberá llevárselas a él. Ella, obediente, va de puerta en puerta y, mientras sale con las manos vacías de cada una de las casas, comprende que no hay ningún hogar que no haya sido azotado por la muerte y el dolor. La mujer regresa donde Buda sin semilla alguna. Buda le dice lo que ella ya ha comprendido: “que no está sola”.

La muerte es algo que alcanza a todos por igual. "Morir es una costumbre que sabe tener la gente", decía Borges. Entonces, es solo una cuestión de tiempo, algo inevitable. Lo que es inevitable no debe lamentarse en exceso.

Cuando padecemos un dolor que deriva en sufrimiento, solemos verlo como un mal en sí mismo sin otorgarle sentido alguno. Pareciera imposible vislumbrar lo positivo que podemos sacar de él.

Es necesario tener claro que el sufrimiento es distinto al dolor. Sólo los seres humanos pueden experimentar el sufrimiento. Los animales, en cambio, únicamente sienten dolor. No se preguntan por el sentido de su dolor. Por el contrario, las personas tienen la capacidad de reflexionar y luego atribuirle sentido a ese dolor.

El atribuirle sentido al dolor encausa la experiencia sin llegar a padecer. El sentido que se le otorga al dolor se transforma en conocimiento, es la otra cara de la moneda que completa la realidad, que contrapesa al goce a la felicidad. Al respecto cabe citar a Antoine de Saint-Exupéry: “Para ser un hombre o una mujer pleno es preciso ser responsable, es decir, aceptar la responsabilidad que tenemos tanto para ser felices como para ser sufrientes”.

Si bien la vida está llena de sueños y coexisten realidades diversas, lo importante para llevar una vida responsable es poder tener control sobre los afectos en nuestra realidad más íntima.

“Quien decide amar tiene que estar preparado para sufrir”. Tal debiese ser la consigna diaria para quienes hemos amado, perdido y sufrido. Asimismo, aquello que transforma nuestro dolor en un hecho compartido es la esperanza. “La esperanza y la paciencia son dos infalibles remedios, los más seguros y suaves para descansar mientras dura la adversidad” (Durton). La esperanza es el sentimiento que ilumina el estado sombrío del duelo. Ella nos invita a aceptar la vida con sus altos y bajos.

Capítulo 1.1 - La prisión del sufrimiento

Del libro: Dolor y sufrimiento


Sufrimiento y resiliencia

El sufrimiento muchas veces tiene su origen en el reconcomio, es decir, en la mortificación y en la amargura, la tristeza del espíritu, que se acompaña de desesperanza.

El dolor es una realidad que todo ser humano conoce. Es el acompañante jamás buscado, el pretendiente que todos expulsaríamos de nuestro lado. La vida nos pone en contacto con él y no hay vacuna contra el dolor.

Sin embargo, el sufrimiento es muchas veces innecesario. Llamo aquí sufrimiento a un enquistamiento del dolor que se produce cuando el ser humano no sabe o no quiere extraer las lecciones que todo dolor esconde. El ser humano se instala entonces en el sufrimiento y éste llega a ser su segunda piel.

El sufrimiento tiene su origen en la reacción individual ante determinados hechos o circunstancias, condicionada por la personalidad, el medio social o la realidad en la que se desenvuelve el sujeto que lo experimenta.

Hay circunstancias externas que pueden causar aflicción, aumentar o disminuir la tendencia a sufrir, pero ese sufrimiento es personal y propio, depende de uno mismo. Esto último, en cierto modo, constituye una buena noticia: si uno es dueño de su propio sufrimiento, entonces es tarea particular despojarse de él, cuestión que no es posible hacer con el dolor.
Si nos remitimos a la etimología de la palabra dolor, vemos que proviene del latín oris, que designa tanto al dolor corporal, sensación molesta en alguna parte del cuerpo, como al dolor psíquico, pena, tristeza. Para San Agustín el dolor era “un sentimiento que resiste la división”, mientras que el sufrimiento destruye y rompe la unidad de la persona y surge de la interpretación que uno hace del dolor.

Esto nos lleva a pensar que la forma de no entrar o no poder salir de la prisión del sufrimiento y de fortalecerse en y con el dolor, es siendo resiliente; en otras palabras, teniendo la capacidad para recuperarse pese a la adversidad en que se vive.

La resiliencia humana se hace presente ante las pérdidas significativas, las pérdidas cotidianas, las catástrofes naturales como los maremotos y terremotos, el divorcio, etc. De ahí que deberíamos ser educados para aceptar el dolor como elemento propio y constitutivo de la vida. La experiencia nos muestra que la resiliencia es un producto de la interacción con figuras significativas y se ha ampliado hacia el apoyo o interacción comunitaria. La resiliencia describe la capacidad de los pueblos, de los países para superar crisis y catástrofes naturales.
Entre los pilares de la resiliencia se mencionan:
  • La autoestima colectiva
  • La identidad cultural
  • La honestidad
  • La solidaridad
  • El liderazgo comunitario

Cirulnik, el pionero de la resiliencia plantea dos conceptos importantes para ella: colchón emocional de afectos y dar un significado positivo a la experiencia dolorosa.
En el caso de un duelo muy intenso como podría ser la muerte de uno o más hijos se produce pérdida de neuronas, lo que hace necesario la recuperación de ellas mediante un proceso llamado resiliencia neuronal. Hay medicamentos que ayudan a este fortalecimiento así como también lo hace la presencia de redes de apoyo, la compañía y el necesario reposo. Aquellos que estén en lugares más apartados y/o estén solos, estarán psíquicamente más traumatizados por sentirse abandonados.

Capítulo 1 - Felicidad y sufrimiento: un continuo

Del libro: Dolor y sufrimiento / Clemencia Sarquis

“Me resulta imposible imaginar que ya nunca estaré sentada contigo ni oiré tu risa, que todos los días por el resto de mi vida estarás ausente” (Carrington).

Felicidad o espejismo fue el título de mi último libro publicado. Después de escribirlo pasé un largo período con la sensación de no tener nada más que decir. Tras esa pausa necesaria, ocurrió que un día renació en mí el deseo de comunicar reflexiones y experiencias. Esta vez, acerca del dolor y del sufrimiento, renovándose mi interés en la escritura.

Al pasar del tema de la felicidad al dolor sentí que daba un salto en el espacio de la vida. Sin embargo, al comenzar la tarea me di cuenta de que ambas vivencias constituían un continuo, que se inicia desde el nacimiento.
La felicidad que trae un recién nacido contrasta con el hecho opuesto: al nacer la criatura pierde un día de vida, paradójica situación que la acerca desde ya al final de sus días.

Mi intención con estas reflexiones es ayudarlos a tomar conciencia de los sentimientos que nos invaden ante el dolor de las infinitas pérdidas que pavimentan el camino de la vida. Mi deseo, luego de sufrir la más difícil de las pérdidas (perder a una hija de 23 años), es ayudar a través de la palabra escrita, describiendo distintas situaciones del duelo, construyendo pautas acerca de las etapas de éste junto con los pasos a seguir y presentando testimonios que iluminen el camino. También, me gustaría recibir comentarios y nuevos testimonios que constituyan una experiencia compartida del duelo. Además, quiero destacar la diferencia que hay entre dolor y sufrimiento, comprendiendo que el primero es inevitable y causado desde el exterior, mientras que el segundo es creado por nosotros mismos y tiene como fuente nuestras creencias y opiniones.

A partir de las experiencias personales y profesionales vividas, he elaborado los siguientes comentarios con el objetivo de proporcionarles los elementos necesarios para hacer frente a estos momentos difíciles y conseguir, en la medida de lo posible, una vida equilibrada. Se presenta información sobre qué es el proceso del duelo y sus manifestaciones, entregando orientaciones que contribuyan a facilitar el surgimiento de los recursos que le ayuden a usted y a otras personas de su entorno a tolerar la pérdida sufrida. Además, puede aprender cómo ayudar a los niños, los adolescentes y los ancianos que han sufrido pérdidas, comprendiendo las diferentes formas de enfrentarlas.

Finalmente me gustaría agregar una serie de reflexiones que les permitan construir un mapa de la travesía hacia la sanación. El recorrido va desde la noche oscura del dolor hasta el alba de la esperanza. Momento éste de claridad en el que llega una sabiduría no conocida, la que nos induce a aceptar y crear nuevas posibilidades de vida.
Del libro de citas y recuerdos que guardo de mi época escolar, encontré esta frase que al releerla me conmovió, por lo que aporta al conocimiento de qué pasa cuando uno pierde algo:
“Caminando por la orilla del mar tomé una estrella de mar que le faltaba un brazo. Pensé que las pérdidas son similares a esa experiencia. Es decir, perder algo nuestro.
Al colocar la estrella de mar nuevamente en el suelo, noté que a pesar de la cruel amputación una criatura bella y maravillosa había sobrevivido y recordé que este brazo se regeneraría y volvería ella a estar completa a integridad”.

El duelo es el proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar, el cual se rompió con la muerte del ser querido. Cuando alguien importante muere, una parte de nosotros muere con él y esto inevitablemente provoca dolor.
Se requiere entonces darle un sentido a ese dolor y lograr incorporar aquellos sentimientos que lo acompañan como otra realidad más, una que es parte en nuestras vidas.
Sin otorgarle un sentido a ese dolor ni aceptar dichos sentimientos, nos sometemos a vivir en rebeldía, lo que transforma esos afectos, por medio de significados torturadores, en sufrimiento, el cual permanece por muchos años persiguiéndonos y amenazándonos sin permitirnos encontrar la paz y el consuelo necesarios.

El sufrimiento puede traducirse como un conjunto de imágenes y voces que surgen en nuestra mente, que nos gatilla emociones y nos vincula negativamente con las pérdidas que hemos experimentado. Éstas pasan a ser moldeadas por interpretaciones y significados que nuestra mente elabora en forma retorcida y dolorosa.

En la vida, crecer significa abandonar la omnipotencia de nuestros pensamientos y sueños de la infancia, descubrir que nunca pueden ser satisfechos a cabalidad. Crecer es adquirir la sabiduría y habilidad para luchar por obtener lo que deseamos dentro de lo posible, teniendo en cuenta las limitaciones que nos pone la realidad. Reconocer que no somos absolutamente libres, que nuestros poderes son acotados y que las relaciones no siempre pueden ser perfectas. A lo anterior, agregaría que en el proceso de crecer el experimentar pérdidas es un mal necesario, que nadie puede librarse de ellas, y que el hecho de vivirlas por más que no las deseemos, refuerzan el crecimiento interior ganando libertad espiritual. Tener miedo a las pérdidas, al dolor y al sufrimiento nos hace perder libertad, nos convierte en seres aún más limitados. De ahí la necesidad de encontrar nuevas formas de vivir que nos hagan ganar libertad y despejen los miedos, enemigos atávicos del crecimiento interior.

No se puede decir que el duelo se mantiene un tiempo determinado porque su duración es muy variable. Aún así, podemos considerar que los dos primeros años suelen ser los más duros, luego, se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional. De todos modos, cada persona tiene su propio ritmo y necesita un tiempo distinto para la adaptación a su nueva situación.
Los duelos pueden ser pospuestos, pero, jamás eliminados. Si no se viven en el momento en que suceden reventarán con más fuerza en el futuro.